16 octubre 2006

La lluvia.

Las lluvias son como las gentes que viven debajo de ellas; al contacto, se traspasan, lluvias y gentes, sus esencias. Y así cada lluvia pertenece a la gente a la que moja.

A Beirut ha llegado la lluvia como llega siempre, sin avisar, tarde o pronto.

"Bruscamente la tarde se ha aclarado.
Porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
que sin duda sucede en el pasado".

Borges no conocía la lluvia de Beirut, la gente de Beirut. Es una lluvia de presente, aparece en tu vida, te moja hasta los huesos, y se va, y viene el sol picante y parece que nunca hubo lluvia.
Es una lluvia mediterránea, que no sabe esperar, que no tiene futuro ni pasado.
Es una lluvia sin dosificador.
Es lo contrario de la lluvia suave, constante, gris, de mi niñez. Aquella caía seguida, días y días, sin hacer ruido, impregnaba el mundo y era parte del cielo, de la tierra, de la gente.
Esta lluvia beirutí no tiene mesura, cae de golpe y quiere hacer ruido. Golpea la tierra y la gente, inunda las calles, quiere pillarte desprevenido y por eso no avisa.
O quizás no avisa porque ni siquiera ella sabe que llega.
Le gusta la imagen, el ruido, el espectáculo. No es discreta, se ríe al tocar el suelo, y ruge arriba "broummmm", y explota. Y trae luces.
Y luego se va porque es lluvia de presente, da todo de golpe, se vacía y desaparece.
Y sale el sol.
Y cuando vuelve ya es otra. Y es diferente. Y es la misma. La lluvia de Beirut.

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