02 noviembre 2011

La manipulación de la prensa: capítulo 1000.

Uno de los métodos más infames que utilizan los medios de comunicación al servicio de intereses políticos, económicos o ideológicos (es decir, al menos el 90% de la prensa) es el de humanizar o deshumanizar en función de la importancia que sus patronos quieran dar a unos y otros.

Y funciona perfectamente.
Por ejemplo, un día nos cuentan que en un terremoto en China han muerto 23.000. Sin más.
Y así nos importa lo justo, muy poco, nos haría el mismo efecto si dijeran 123.000.
Porque son un número sólo y el número deshumaniza.
Pero 3 semanas después aparece un superviviente entre los escombros. Se llama Huan-Li, tiene 19 años, era hijo de un carpintero de la provincia de Shu-Lian. Y estamos contentos de conocer el milagro, de enterarnos de cómo sobrevivió gracias al agua de lluvia que se filtraba.
Viva Huan-Li el hijo del carpintero, el superviviente, porque es humano.

Hace 3 semanas hubo un intercambio de prisioneros entre Israel y Palestina: 1 israelí a cambio de 1.000 palestinos, porque ése es el valor que los israelíes piensan tener frente a los palestinos, uno por mil (además Israel puede encarcelar a otros 1.000 la próxima semana con total impunidad).
Pero este "uno" y estos "mil" no valen tampoco lo mismo: los mil son sólo mil, un número.
El "uno" es una persona, se llama Gilad Shalit, llevaba 5 años secuestrado (como si el verbo "secuestrar" se pudiera aplicar a la captura de un militar) por los "terroristas" de Hamas.
Sabemos su edad, sabemos todo sobre su familia, sabemos que es un buen chico y que quiere la paz, sabemos que es franco-israelí (porque los israelíes pueden tener 2 patrias, la de su nacimiento y la que Dios les dio como pueblo elegido hace ya mucho tiempo; mientras que los palestinos no pueden tener ninguna). Sabemos que en su cautiverio "no pudo ver a su familia" (sic).
Dicen los periódicos que lo más importante de todo este asunto es averiguar ahora qué secuelas psicológicas le han dejado sus largos años de encierro.
Sabemos que Roma y París le nombraron ciudadano honorario y exigieron su liberación.
Conocemos su cara, sus gafas, su sonrisa, y hemos visto cómo su familia le abrazaba, porque él y su familia son seres humanos, como tú y como yo, dotados de sentimientos y dignidad.
Y nos alegramos mucho de que esté libre por fin porque los seres humanos deben ser libres (incluso los miembros de ejércitos de ocupación).
Asimismo nos informan a regañadientes de que el prisionero ha sido bien tratado y de que su estado de salud es bueno; así que tienen que insistir en que estaba pálido y delgado.

Y ahora, ¿qué sabemos de los 1.000?
Bueno, los medios de comunicación nos dicen que valen todos por 1 israelí...y que son mil y...que..., ¡ah, sí!, que entre ellos se encuentran muchos terroristas acusados de asesinato y otros crímenes. De ahí que como lectores de esta mierda de prensa supongamos que son todos, los 1.000, terroristas barbudos y asesinos peligrosos.
Y eso es todo. No hemos visto una lista. Ninguno tiene nombre, ni edad, ni padres que los han abrazado. Carecen de gafas. Por no tener, no tienen ni secuelas psicológicas porque para ello hay que ser humano. Y estos mil no lo son. Por eso da igual si han sido bien tratados, y nos importa un huevo si estaban pálidos (en todo caso con la barba eso ni se ve).
Mil cabrones asesinos a cambio de un buen muchacho franco-israelí con gafas. Hay que ver los sacrificios que tiene que hacer el estado de Israel.

La información no fluye igual por ambas partes, qué raro; es como si los palestinos no tuvieran acceso a "El País" o a la BBC.
Así que cojamos a uno de los 1.000 y convirtámoslo en "uno" y humanicémoslo.
Con permiso.
Se llama Hassan Al Arabi, tiene 19 años, nació en el ghetto de Gaza y de niño fue a la escuela a veces, cuando las incursiones del ejército israelí lo permitían. Pronto dejó la escuela para ponerse a trabajar porque era el mayor de 9 hermanos y su padre, Mahmoud, no tenía trabajo desde que el estado israelí le expropió su pequeña parcela en un plan de construcción de colonias.
En realidad eran 11 hermanos pero los 2 mayores, Mohammad y Ghazi, habían muerto.
Casi todos sus amigos habían estado en las cárceles israelíes, donde no habían sido exactamente muy bien tratados. Su madre, Maryam, que vendía verduras en la calle, sabía que antes o después Hassan también sería detenido y por eso le pedía que no se juntara con esos amigos ni se metiera "en política". Que viera lo que les había pasado a sus hermanos.
Su padre pasaba el día en el café, bebiendo té, jugando a la "tawle". No tenía nada que hacer hasta la hora de la comida. Hablaba poco porque todo lo decía con su mirada de perdedor, de fatiga y resignación.
Hassan no tenía la nacionalidad francesa, ni ninguna otra , sólo era un palestino de Gaza, un ser olvidado y destinado a vivir y morir donde había nacido, entre la miseria, la muerte, la ocupación y la humillación.
Por las orejas le entraban palabras: liberación, orgullo, patriotismo, Dios.
Un día, con 13 años, fue detenido en una redada junto a otros 67. Dos meses de cárcel, el principio de una serie, el aumento del odio, el no tener ya nada que perder...
Ahora lo han liberado tras 5 años de cárcel.
No sabemos qué le pasó en esos 5 años, no quiere hablar de eso, está sentado en la puerta de su casa con la mirada perdida.
Un día volverá a la cárcel, o morirá, ése es su destino. Nunca tendrá libertad, ni país, ni un trabajo decente para poder comprar una casa y casarse con Fátima, la chica de los ojos grandes que conoce desde que eran niños. Ni tendrá hijos con ella, ni viajará a Roma, la ciudad que exigió la liberación del soldado Shalit. Hassan está tan pálido como él y sus secuelas psicológicas a nadie le importan, excepto a Maryam, su madre. Y -salvo que lo pague la Unión Europea- nunca tendrá un psicólogo.
Nació en el lugar equivocado, un lugar que Dios en persona había prometido a otros.
Mucha suerte, Hassan.

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