23 agosto 2013

Un libro, una cita: "El Islam de España y el Occidente".

"Sabemos que Al-Hurr arribó a España con cuatrocientos jeques de Ifriqiyya y que Al-Samah llegó a ella con otro cuerpo de tropas cuyo número y raza ignoramos. Algunos autores no de los más acreditados -el Seudo Ibn Qutayba e Ibn Al-Kardabus- refieren que después de las conquistas de Tariq y de Muza acudieron a la Península muchos musulmanes ávidos de botín y seducidos por la esperanza de lograrlo; nada sabemos sobre su procedencia, pero cabe dudar de que en su mayoría llegasen del lejano Oriente puesto que el califato se extendía a la sazón hasta la India y penetraba en el corazón de África y no es verosímil que precisamente cruzaran todo el mundo islamita, hasta el extremo Occidente, catervas  de árabes, sirios, iraqueses, persas y egipcios en busca de riquezas que podían hallar en tierras más cercanas. [...]

Hacia el 740 recibió Al-Ándalus un caudal considerable de masas humanas salidas de Oriente.
Aludo a los diez o doce mil sirios que habían formado la fuerza de choque del ejército de Kultum, enviado para someter a los beréberes, una vez más alzados contra sus dominadores. Cercados en Ceuta por los africanos fueron llamados por el valí de España, Ibn Qatan, para luchar contra los beréberes que en ella habían hecho causa común con sus hermanos de África. En la Península se quedaron, y en ella arraigaron, no sin tener que ganar a punta de lanza su puesto al sol en su nueva patria y sin conseguir nunca un asentamiento parejo al logrado por los conquistadores y por las gentes de Al-Samah. Ibn Al-Qutiya dice que de los diez mil guerreros de Baly dos mil eran libertos, es decir que no eran árabes ni sirios. Quien los asentó en Al-Ándalus fue Abu-l-Jattar que llegó al país acompañado de 30 hombres. [...] A la misma cautela nos obliga la noticia de Ibn 'Abd al-Hakam acerca del número de maulas o clientes omeyas establecidos en Al-Ándalus durante cuatro décadas. Aunque lo eran de la familia reinante en Damasco sumaban entre cuatrocientos y quinientos. Tras la victoria de 'Abd Al-Rahman I en 757 se acogieron a Al-Ándalus algunos miembros de la familia Omeya que habían escapado de la matanza del califa abassí y, con ellos, sus fieles amigos y clientes; pocos sin duda para que pudieran pesar en el equilibrio sanguíneo y racial de los musulmanes llegados a España. Y después de esta aristocrática y no muy numerosa inmigración, sólo algunos artistas y escritores y muy raros exilados políticos emigraron a Al-Ándalus desde el Oriente islámico.
El registro genealógico de los linajes de origen oriental asentados en España que trazó el gran polígrafo -y gran genealogista- Ibn Hazm comprueba el reducido número de tales estirpes -no pasaban de 73 las que habían arraigado en la Península- y lo limitado y disperso de los miembros que de ellas pervivían en Al-Ándalus durante el siglo XI. Aparte de los Omeyas y los Alíes, sólo tenían algún relieve los Fihríes, Kinaníes, Tamimíes, Qahtaníes, Mu'afiríes, Lajmíes y Tuyibíes. Y se hallaban tan esparcidos en pequeños grupos familiares, por tan diversas aldeas de diferentes zonas, que sin remedio tenían que haber sido inundados por los otros moradores de la España islámica.
Aun sumando generosamente todas las aportaciones de masas humanas orientales  llegadas a España nunca podremos llegar a los cuarenta mil hombres y tengo por seguro que en realidad su número no sobrepasó apenas el muy reducido de treinta mil, mínima e insignificante cantidad para pesar sino como una oligarquía entre los millones de hispanos que habitaban a la sazón en la Península. [...] Y M. Pérès ha escrito no hace mucho: "L´´elément arabe n'entre qu'en dose infinitesimale dans la chimie sociale des Musulmans d'Espagne".
[...] Mayor sería sin duda el número de berberiscos que cruzarían el Estrecho desde los mismo días de la conquista. Por el desnivel económico y cultural que siempre ha separado África de España, por los continuos contactos entre ellas a través de milenios y por su cercanía geográfica, es natural que llegaran a mi patria grupos mucho más numerosos de beréberes que de árabes, sirios, egipcios e iraqueses. [...]
Conocemos bien la lentitud y las limitaciones del proceso de islamización de la Península, regida por una pequeña minoría de orientales, a su vez procedentes de pueblos muy distintos: Arabia, Siria, Iraq, Persia y Egipto, y por algunos miles de berberiscos que tascaban el freno bajo el señorío de los grupos llegados de Oriente".
(Claudio Sánchez-Albornoz, 1965).