27 septiembre 2006

El del tambor.

En la era de las comunicaciones y la tecnología, todavía quedan, por suerte, tradiciones inútiles.
En mi barrio cada noche de Ramadán pasa uno con un tambor, pegando gritos a la vez, para despertar a la gente.
No es precisamente un virtuoso de la percusión y canta peor que yo.
Pero, eso sí, te despierta, que es de lo que se trata.
Así los practicantes pueden comer, beber, fumar, antes de que amanezca y empiece la prohibición.
Yo creo que el hombre pone exceso de celo: pasa varias veces por mi calle, por si acaso alguien tiene el sueño demasiado profundo.
Entre 1'30 y 2'00, -un poco pronto, por Dios, que quedan horas hasta el amanecer-, llega con su tan tan tantatantata, pasa y repasa, y al final se le oye alejarse por las calles del barrio, a despertar a otros, o a dormir él.
Probablemente sea el tonto del barrio, que ya se sabe lo que nos gusta el tambor.
Probablemente lleva haciéndolo toda la vida, todos los años cada mes de Ramadán.
Y hace bien su trabajo porque te despierta, quieras o no.
Después se va y te vuelves a dormir, hasta que suena tu moderno despertador, a la hora que lo hayas puesto.
Pero al fin es una tradición bonita y no es mucho castigo oír un tambor y unos cantos desafinados en el silencio de la noche.

Microcuento.

Durante la invasión de Vietnam, durante el pillaje de un banco, al soldado Williams F. Rockell Jr. le llegó de repente ese pequeño momento de extrema mala suerte que cambia la vida para siempre – a veces la cambia en muerte -: se quedó encerrado en la caja fuerte de un sótano gris, al fondo de un corredor, detrás.
Entró, cumpliendo su deber, sólo por comprobar que realmente estaba vacía. Se alzó sobre sus musculosos brazos, metió la cabeza, metió el cuerpo, y con la bota golpeó la gruesa puerta circular, que hizo “claam” y se cerró.
Estuvo allí con la esperanza, a veces, de oír pisadas amigas, o enemigas, que lo sacaran de allí, aunque fuera para matarlo después. Sin esperanza, otras veces.
Toda su vida le pasó por la cabeza: su familia, el Día de Acción de Gracias, todo.
Lo peor era morir en aquel jodido – fucking – país, tan extraño, al que le habían enviado para defender la libertad del mundo.
Pensó: “¿Por qué tenemos que hacerlo nosotros?”
Y luego se arrepintió de haberlo pensado, porque él no estaba allí para pensar ni para hacerse preguntas.
En la oscuridad un papel adhesivo brillaba y, con esfuerzo, se podían ver esos extraños símbolos de la jerigonza del enemigo.
Cuando se adormeció por falta de aire y pasó sin darse cuenta de la vida a la muerte, le vinieron imágenes borrosas de su pueblo y una sensación de tristeza que lo envolvió.
- “Lástima, no poder leer la pegatina. Seguro que explica cómo abrir la puerta”.

Se le repatrió con honores, envuelto en su bandera.

Donde una vez estuvo el banco ahora hay un McDonalds, lleno de adolescentes y de plástico.
En su tumba cada semana alguien cambia las flores.
Y a los nuevos soldados que van a nuevos países se les explican los peligros de entrar a una caja fuerte sin tomar antes todas las medidas de seguridad.
Seguridad.

25 septiembre 2006

Ramadán.

Ayer empezó el ramadán, si no me lo recuerdo se me olvida.
En otros países el ramadán marca las costumbres, los horarios, el ritmo de trabajo, impregna la vida social. No se fuma en la calle, ni se bebe, ni se come durante el día, por respeto al ambiente.

Beirut es una ciudad tolerante, hay gente muy diferente, y cada uno sigue sus costumbres, sin privarse pero sin molestar a los otros.

En Túnez me parecía a veces que tan importante como hacer el ramadán era parecer que se estaba haciéndolo. Había cafés escondidos con cortinas cerradas en las ventanas y en la puerta. Cuando entrabas veías a la gente apiñada entre nubes de humo, con un bocadillo en una mano, un cigarro en la otra, el café en la barra. Gente que salía del local con la cara de incomodidad y disimulo con la que otros salen de los sexshops de Madrid, dispuestos a mezclarse rápidamente con la multitud.

En Beirut escribo esto con un cigarro en la mano y un café al lado, en una terraza en la calle.
El ramadán es más individual, menos social.
Se te olvida que es ramadán, una pena para el ambiente, una suerte para el que no hace el ayuno y no tiene que guardar las apariencias ni sentir que está ofendiendo a los demás.
Siempre se dice que Beirut es diferente.
En esto también.

El carrusel de Beirut.

La vida ha recobrado su ritmo de antes, todo parece igual, el sol allá arriba y aquí abajo, las caras de la gente del barrio, el trabajo.
Cada uno cuenta "su" guerra: si se quedó aquí o fue evacuado, si perdió su trabajo o tuvo que levantarse cada mañana para ir a la oficina, si estuvo pegado a la tele o viviendo aventuras sexuales, si pasó miedo...
Los que se quedaron, especialmente los extranjeros, se sienten veteranos de algo que los otros no pueden comprender.
Con el ruido de la última bomba se les apagó la energía, y ahora vagan por los lugares de antes mientras encuentran un sustituto para llenar sus vacíos, un motor interior o exterior, una misión.
No hablan mucho, ahora no hay mucho que decir, es mejor sentarse en un cine y ver documentales del festival de cine árabe. Es mejor trabajar, dormir. A pesar de este sol tan luminoso que les acompaña cada día y se pega al cuerpo y te saca el sudor. A pesar del mar tranquilo (también ha perdido la energía).

En esta transición hay más sueño que sueños.

No veo pájaros. Puede que no hubiera antes.
Sí, antes había. Había gorriones, palomas y, por la noche, murciélagos y una lechuza blanca.

Conoces a muchos conocidos, los reconoces, quizás no los conocías.

Se mezclan el ruido y el silencio, como antes.
Se mezclan la belleza y la fealdad. Como antes.

Los militares de Beirut se dedican a requisar motos de chavales sin papeles y a meterlas en camiones.
Se habla de política, hay 2 bloques, como siempre, como en todas partes. Y, como siempre como en todas partes, algunos no creen en ninguno de los 2 bloques.

No hay mucha electricidad: sólo la justa para que el carrusel se ponga en movimiento, pero no la suficiente para encender los ojos y los corazones.

Es una transición. Para todos. Una transición hacia...

18 septiembre 2006



Plaza de los Mártires.

Beirut, 16 de septiembre de 2006.
Junto a la Plaza de los Mártires, 16 septiembre.

"Pausa" en medio de la canción.

Desde que conozco Beirut, los servicios públicos son mediocres y los privados caros y no siempre buenos.
Después de la guerra casi todo cuesta más y funciona peor.
Lo digo porque la conexión a internet es un desastre.
Estos días más que de hablar o escribir tengo ganas de mirar.
No de mirar edificios destruidos, manchas de petróleo, fotos de muertos.
Sí de mirar en silencio y enseñar lo que veo.
Mirar no lo que han destruido sino lo que ha quedado igual.
Mirar las miradas vacías porque de repente se ha cortado la adrenalina y empieza el síndrome de abstinencia, porque la guerra es una droga, y todo parece sin sentido, menos fuerte.
Beirut está lleno de sol y de humedad.
Cuando internet quiera empezaré a poner miradas para ser un ojo de Nazira, de Luis, de Darine, de Juanita..., de los que quieran mirar.

15 septiembre 2006

Historia de una burbuja en el invierno.

"Miré la burbuja en el charco: se fomó y desapareció, como todas las cosas.
Sólo que las burbujas no son conscientes.
El problema es la consciencia.
Era un charco cualquiera frente al mar, al otro de la calle en el paseo marítimo.
No quise pensar ni en el lugar de ese charco ni en lo efímero de la búrbuja, porque eso me habría llevado a plantearme muchos porqués.
Y yo quería ser inconsciente.

Pensé en el teatro romántico, en cómo la naturaleza acompañaba el alma turbulenta del héroe a punto del suicidio, de la caída.
Porque el cielo se había desgarrado un segundo antes como rayos y truenos en mi alma tremebunda.
Pero yo no era un héroe ni la historia ya romántica.

Sentí mi abrigo mojado y mi alma mojada y mi cabeza seca. Las olas del mar se estrellaban contra el muro y saltaban, como mis sentimientos, con ira, con violencia, y caían sobre el paseo y se escurrían otra vez hacia el mar. Y no por eso se calmaba el mar.
Creí que al menos el mar tenía la suerte de poder romper sus límites, aunque fuera al final lo mismo. O distinto.

Quise llorar y romperme un puño contra el muro viejo que me protegía de la lluvia.
Quise gritar más fuerte que el mar, con la boca abierta un metro y arrugas en la cara y los brazos en cruz y los puños cerrados, el pecho hinchado contra el viento. Gritar hasta que el mar se retirara acobardado por mi furia.
Busqué con la mirada un perro para apalear, un barrendero para insultar, un pajarillo para pisarle el cuello.
Toqué mi llave, sólo tengo una llave y ésa es una de mis pocas libertades. Tengo una llave.
Con ella podía rayar más de mil pinturas de más de mil coches de ese largo paseo.

Miré un coche que pasaba, más difícil de rayar porque pasaba: él parecía enfadado o aburrido.
Ella parecía aburrida. O enfadada. No querían hablar. O no tenían nada que decirse. Iban a cenar. O venían de la casa de unos familiares de él. O de ella. Querían casarse, o al menos es lo que iban a hacer. Yo no sé si querían, ni ellos tampoco.
Me hubiera cambiado por él. Para ella habría sido una noche especial. Él se habría cambiado por mí: no en este paseo, bajo la lluvia, mirando burbujas con ganas de romper el mundo o de dormir o de bailar en la oscuridad rodeado de gente. Pero sí en esa fiesta a la que no había ido yo (ni por lo tanto él).
No me vieron pasar, ensimismados ¿en su rutina, en sus fantasías sexuales, en su rencor, en su cansancio? (Ese cansancio infinito que producen la ausencia del deseo y la espera de lo que sea, de no se sabe qué).

Ella.
Ella se llamaba Joy. No, se llamaba Mary.
Al principio había sentido momentos de excitación psicofísica. Una mezcla de sustancias químicas producidas por su cabeza, por la parte racional de su cabeza. Pero, no importa, las sustancias afectan a la otra parte. Y al cuerpo.
Ahora tenía lo que le había excitado al principio: la seguridad. Pero ya no le excitaba. No sabía que era la inseguridad de su seguridad lo que le daba esa comezón en el estómago.
Ahora tenía lo que había querido tener.
De tener se puede pasar a no tener y eso produce una inseguridad. Pero ésta, no placentera.
Ahora estaba otra vez en aquel coche que ya conocía tanto. Era el mismo coche en el que él la había tocado, de las peleas de enamorados, de los planes. Allí habían hecho el amor. O al menos...
Era el mismo coche pero ya no era el mismo.
Las sustancias químicas.
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Ya habían pasado. Pasaron en un segundo y desaparecieron de mi mirada y de mi cabeza. Volví a sentir mi alma mojada".



Pensó en esas olas salvajes. Olas purificadoras que ojalá hubiesen llegado hasta su cabeza.
Y después se apagó. Poquito a poco.
Y junto a aquel muro viejo de un paso marítimo por donde pasa una pareja en coche sin hablarse, nunca fue consciente de no haber sido más que una burbuja efímera en un charco cualquiera de una tormenta.

12 septiembre 2006

El Viaje.

Viajo el 11 de septiembre, día de muchos homenajes para las miles de víctimas inocentes de las Torres Gemelas; es un buen día, ¿por qué no?, para acordarse también de las miles y miles de víctimas inocentes en Afganistán, Irak, Palestina y Líbano, porque ellos van a tener menos homenajes.

Tengo tiempo hasta que salga el avión. ¿Qué hago?
Puedo ir a uno de los múltiples cafés o restaurantes y tomar 20 tazas de la droga adictiva llamada café; o beberme 2 botellas de la droga dura que destroza entre otras cosas el hígado y que se llama whisky.
También puedo comer 6 hamburguesas para aumentar mi colesterol y el riesgo de enfermededades cardiovasculares (aunque curiosamente no avisan de esos riesgos al comprarlas); o devorar pasteles para pasar el rato, a pesar de que esto me pueda llevar a la obesidad y sus peligros (por cierto, en los pasteles no aparece el papelito de "Comer Pasteles Puede Matar").
También podría comprar estas drogas para mis amigos en el Duty Free: alcohol, chocolate, puros.
Otra opción es dar gusto a las tendencias consumistas adictivas que todos llevamos dentro: en el aeropuerto hay cientos de tiendas de ropa, perfumes caros, música, jabones, joyas, recuerdos, relojes,...
Pero lo que más me tienta es llamar a mis amigos con mi móvil y explicarles a gritos dónde estoy, para que toda la gente alrededor conozca mi vida y no pueda leer, hablar o dormitar.

Pero, no, lo que yo quiero es fumar un cigarro.
¡Herejía! Eso está prohibido. Bueno, casi: andando durante 20 minutos y preguntando varias veces, porque no está señalado, se llega a una esquina donde se hacinan masas de antisociales, apiñados y con cara de culpabilidad. El lugar es tétrico, está cerrado y rodeado de ventanales también cerrados. Recuerda extrañamente a las "peceras" que hay en los palacios de justicia italianos para meter a los capos de la mafia mientras los juzgan. O un zoo donde la gente que pasa mira a través de los cristales a los animales peligrosos y en vías de extinción.
Cientos de sillas alrededor pero ninguna aquí.
Al entrar, digo indignado y esperando la solidaridad de mis compañeros de celda:
"Esto es una vergüenza, parecemos delincuentes".
Silencio. Sólo una chica sonríe triste y resignadamente.
¡Viva la desobediencia civil y la protesta!

Este será el último cigarro que fume en todo el día porque después tendré que pasar horas en colas y controles y no tendré tiempo de buscar otras vergonzantes peceras en otros aeropuertos civilizados.
Muchas gracias por preocuparse de mi salud.

Al llegar a Beirut me entero de que ese mismo día ha llegado Blair.
No sé quién le habrá invitado, no sé cómo tiene tan poca vergüenza de venir, no sé si en su avión privado se podrá fumar.
Lo que sí sé es que no habrá pasado ningún control de seguridad, que nadie le habrá obligado a llevar sus cosas en una bolsa de plástico transparente, ni a probar previamente el biberón de su hijo, ni a vaciarse los bolsillos y levantar los brazos.


Después llegué a Beirut.
Hacía mucho calor húmedo y ya era de noche.
Todo parecía igual que hace dos meses, como si hubiera sido ayer.
El de la tienda de la esquina también me saludó como si me hubiera visto ayer.

Hace dos meses pero parece ayer.
Los ruidos de la calle son los mismos, es el mismo sol, es la misma gente.
Casi.

10 septiembre 2006

Volver.

A veces las cosa se idealizan y se mitifican; cuando has bebido, cuando no has dormido, cuando te han gustado mucho, cuando no las has visto...

Mañana vuelvo a Beirut, hace más de 2 meses que me fui. Pero no quiero idealizar mi vuelta.
Allí encontraré gente que me importa mucho y otra que me decepcionó, el paseo marítimo pero el mar negro de petróleo, el sol y el sudor, fotos de dolor.
Allí habrá gente que me espera pero no la que se fue.
Estaré con amigos y con enemigos, a veces mezclados.
Me quedaré o quizás me iré.
España me parecerá un recuerdo lejano, como ahora me lo parece Líbano.
Conoceré a algunos y olvidaré a otros.
Sentiré la luz del sol y después se cortará la luz eléctrica.
Reencontraré mis momentos de felicidad y mis problemas.
Tal vez todos hayamos cambiado o puede que todos sigamos igual.
Veré la luna caída pero seguiré sin querer verme por dentro.
Contaré aquí lo que vea o lo que sienta, si tengo tiempo, si tengo ganas, si tengo algo que decir.
Y tú lo leerás o no.
Quién sabe.
Pero en todo caso estoy contento de volver, y triste.

Mañana vuelvo a Beirut.

05 septiembre 2006

4 personas de Afganistán.

Un periódico con reputación internacional como es El País titula hoy:
"Un soldado británico y otro canadiense mueren en Afganistán".

El artículo nos explica en primer lugar que el canadiense murió "por fuego amigo", es decir, por un error de las fuerzas de invasión de la OTAN.
Después se nos cuenta con todo lujo de detalles cuántos militares británicos y canadienses han muerto este año en Afganistán.

En un breve apartado se nos informa de que el domingo se produjo "la muerte de al menos 200 talibanes".
Pero, ¿quién nos informa?: "Fuentes de la ISAF (Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad en Afganistán)". Bajo este eufemístico nombre se esconde el del ejército de ocupación de la OTAN, dirigido por Estados Unidos.
Esto significa, y pone los pelos de punta el pensarlo, que la información que nos llega de lo que pasa en Afganistán proviene directamente del ejército de Estados Unidos.
El propio artículo no pertenece a un enviado especial sino que está firmado con el nombre genérico de "Agencias".
No existe ni en Afganistán, ni en Irak, ni en Palestina, información objetiva e independiente de lo que está ocurriendo, sino que los ocupantes nos cuentan directamente su versión a través de ruedas de prensa a "agencias".
Así, a toda la gente que la Otan elimina en Afganistán se le llama "talibanes", a los que Estados Unidos y Gran Bretaña matan en Irak se les denomina "insurgentes" o "terroristas", y los que Israel asesina diariamente en Palestina son "milicianos" o "activistas".
Es cierto que a veces fuentes locales hablan de matanzas de civiles, de "errores", de "daños colaterales", de familias enteras masacradas, de niños palestinos o civiles asesinados en total impunidad.
Es cierto que es raro que un talibán vaya vestido de novia, que a una señora oronda se la pueda calificar de insurgente, que un niño de 6 años responda a la definición de miliciano.
Pero todo eso no importa cuando periódicos tan prestigiosos como El País reproducen, al pie de la letra y sin ponerla en duda, la versión oficial del invasor.

En cuanto al soldado británico, murió, como se dice en el artículo y al pie de la foto, en un ataque suicida contra una patrulla de la "coalición".
Pero si rebuscamos en la letra pequeña del artículo, cosa que da pereza, veremos que en ese atentado murieron también "4 civiles afganos" que, al parecer, no merecen aparecer en el titular de la noticia, son menos importantes que todo un héroe británico.
Yo, y no es por llevar la contraria, considero que si en Afganistán hay una guerra lo "normal" es que mueran militares, que son los que hacen la guerra y cobran por hacerla. Lo más grave es que mueran 4 civiles (y están muriendo miles de civiles en Irak, Afganistán, Líbano, Palestina).
Porque los civiles no tienen armas, no matan, no agreden, sólo sufren la guerra.

El País tiene fama de ser un buen periódico (¿será porque los otros son aún peores?) pero no se libra de manipular el lenguaje y la información, ni de publicar noticias sin contrastar provenientes del ejército que las produce.
El País es también culpable de presentarnos las muertes de ciudadanos británicos y canadienses como más importantes que las de ciudadanos afganos (¿por qué?), de participar en la creación de una imagen de buenos y malos, de personas muertas frente a número de muertos.
Porque lo que realmente pasó ayer es que murieron 6 hombres: 4 civiles inocentes (mientras no se demuestre lo contrario) y 2 militares extranjeros que están ocupando el país de los otros 4.

Seguro que El País, en su búsqueda de la verdad y la objetividad, me permitirá cambiar el título del artículo:

"4 civiles muertos en Afganistán, además de 2 soldados de la OTAN".

04 septiembre 2006

Soldados españoles en Líbano.

Conozco a mis compatriotas, sé la imagen que la mayoría de ellos tiene de "los árabes": una amalgama simplificadora y llena de prejuicios.
Para ellos árabe, musulmán, islamista, todo es lo mismo.
Ni sospechan que hay árabes cristianos (o judíos).
Los hombres son "moros", muchas veces "moros de mierda", y tienen todos un aspecto igual, de moro, morenos y con el pelo rizado; son machistas, sucios, trafican con hachís y oprimen a sus mujeres. Por no hablar del terrorismo.
Por lo tanto las mujeres están oprimidas y llevan pañuelo.
Son inmigrantes, fanáticos, son terroristas.
Según el inconsciente colectivo y la manipulación histórica, los árabes nos invadieron y nosotros, que éramos visigodos y cristianos, conseguimos expulsarlos (a veces con la ayuda divina y la espada de Santiago Matamoros).

Por suerte, todos estos tópicos empiezan a cambiar poco a poco pero siguen ocupando las cabezas de muchísimos españoles.

Pronto habrá en Líbano 1.100 soldados españoles, muy españoles, y me temo que casi todos ellos irán con esa imagen tópica.

Lo único que espero es que no lleguen llenos de prejuicios y sintiéndose superiores; que no lleguen esperando encontrarse sólo a barbudos intolerantes y mujeres tapadas de los pies a la cabeza.
Porque Líbano está muy lejos de ser eso.
Espero que lleguen con respeto, con tolerancia para encontrarse, conocer y apreciar a los libaneses, su hospitalidad y su carácter.
Nuestros soldados van a ser bien recibidos, estoy seguro, van a comprobar que a los españoles se nos quiere en todo Oriente Medio.
Van a comprobar que los libaneses se parecen mucho más a nosotros que los ingleses.

Si van a Líbano conscientes de estar allí para ayudar a personas y no a moros de mierda, quizás cuando vuelvan ayudarán a que en España la imagen cambie y se acerque a la realidad.