25 septiembre 2006

El carrusel de Beirut.

La vida ha recobrado su ritmo de antes, todo parece igual, el sol allá arriba y aquí abajo, las caras de la gente del barrio, el trabajo.
Cada uno cuenta "su" guerra: si se quedó aquí o fue evacuado, si perdió su trabajo o tuvo que levantarse cada mañana para ir a la oficina, si estuvo pegado a la tele o viviendo aventuras sexuales, si pasó miedo...
Los que se quedaron, especialmente los extranjeros, se sienten veteranos de algo que los otros no pueden comprender.
Con el ruido de la última bomba se les apagó la energía, y ahora vagan por los lugares de antes mientras encuentran un sustituto para llenar sus vacíos, un motor interior o exterior, una misión.
No hablan mucho, ahora no hay mucho que decir, es mejor sentarse en un cine y ver documentales del festival de cine árabe. Es mejor trabajar, dormir. A pesar de este sol tan luminoso que les acompaña cada día y se pega al cuerpo y te saca el sudor. A pesar del mar tranquilo (también ha perdido la energía).

En esta transición hay más sueño que sueños.

No veo pájaros. Puede que no hubiera antes.
Sí, antes había. Había gorriones, palomas y, por la noche, murciélagos y una lechuza blanca.

Conoces a muchos conocidos, los reconoces, quizás no los conocías.

Se mezclan el ruido y el silencio, como antes.
Se mezclan la belleza y la fealdad. Como antes.

Los militares de Beirut se dedican a requisar motos de chavales sin papeles y a meterlas en camiones.
Se habla de política, hay 2 bloques, como siempre, como en todas partes. Y, como siempre como en todas partes, algunos no creen en ninguno de los 2 bloques.

No hay mucha electricidad: sólo la justa para que el carrusel se ponga en movimiento, pero no la suficiente para encender los ojos y los corazones.

Es una transición. Para todos. Una transición hacia...

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