28 febrero 2007

Sé dónde vives, sé lo que hiciste la última noche.

Salgo de mi casa, subo al autobús y el conductor me pide que abra mi mochila ("es que ayer hubo un atentado con bomba"). Llego al barrio donde trabajo y los militares me miran la mochila ("es por la situación política"). Después paso un control del Hizbullah ("son las circunstancias..."). En el portal del edificio, un militar, un guardia de seguridad y el portero ("son normas de seguridad de la Embajada"). Paso la mochila por la máquina y el guardia me pregunta: "¿Son unos alicates eso que llevas?" (Sí, son los alicates que mi padre usaba desde que yo era niño).

Si voy al supermercado tengo que dejar mi mochila en la entrada ("es por si acaso robo").
En el Virgin Megastore no puedo entrar si llevo un disco o un libro ("son cosas del business"), la mochila se queda fuera, el Virgin no se fía de mí pero yo tengo que fiarme del Virgin.

Me voy de viaje y digo adónde voy de dónde vengo cuánto tiempo voy a estar cómo se llama mi madre en qué trabajo.
Vacío mis bolsillos, abro mis maletas y cierro la boca.
Mi mochila está continuamente violada y mi intimidad también.

Artículo 12 de la Declaración Universal de Derechos Humanos:
"Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación".
Se trata del derecho a la intimidad.
Y este derecho no lo anula ni el derecho a la seguridad ni los intereses económicos de los comerciantes ni el derecho a ser curioso.

Ya no llevo alicates en la mochila, borro mis mensajes, voy a las tiendas con las manos vacías y en alto.
Tengo ganas de escribirme en la frente quién soy, de dónde vengo, a dónde voy.
Mi mochila está harta, qué tendrá mi mochila,
los suspiros se escapan por su cremallera abierta,
que ha perdido el bocata, que ha perdido el candao.

"¿Dónde has estado el fin de semana?, ¿por qué llevas una botella de vino?, ¿has dormido bien?: tienes ojeras".
Estás pensativo: "¿En qué piensas?"
Si te ríes, "¿de qué te ríes?"
Y si lloras, "¿por qué lloras?"
Por la calle para un coche: "¿Qué haces por aquí? ¿A dónde vas?"

Estamos en la "sociedad de la información": eso significa que hay que informar a todo el mundo y que todo el mundo está informado de ti.
Y hay mucha manipulación de la información además. Me entero de que dicen que han dicho que he hecho lo que no he hecho.

Si compras un billete de autobús te piden el carnet, si te alojas en un hotel te piden el carnet, si coges un avión te piden el pasaporte, si compras un pantalón te piden el pasaporte...
En el parking te abren la guantera del coche, en el médico te abren el esfínter anal.

El gobierno, el banco, el jefe, el propietario de tu casa, la CIA, el de la tienda de la esquina, la agencia de viajes, los amigos de los amigos de tus conocidos, el hijo del vecino, la madre que te parió, todos saben casi todo sobre ti.

Y a ti te da igual porque tú no tienes casi nada que ocultar.
Has renunciado a tu intimidad en nombre de la seguridad. Has renunciado o te la han robado.
Y sin embargo no tienes seguridad tampoco.
Te controlan, te vigilan, saben todo sobre ti y te dicen que es necesario para tu seguridad, es por tu bien.

"En la última encuesta del Cesid el terrorismo vuelve a estar en primer lugar entre las preocupaciones de los españoles".
Tienes miedo, no te sientes seguro, entonces, ¿por qué aceptas que te abran la mochila, que puedan acceder a tus correos electrónicos privados, que puedan escuchar tus conversaciones telefónicas?

Artículo 18 de la Constitución Española de 1978, de momento vigente:
"[...] Se garantiza el secreto de las comunicaciones [...]
La ley limitará el uso de la informática para garantizar el honor y la intimidad personal y familiar de los ciudadanos y el pleno ejercicio de sus derechos".

¿Te preocupa que en el mismo avión que tú pueda viajar un terrorista, pero no te preocupa que todos los empleados del banco sepan que te ha tocado la lotería y eres rico?

" El derecho a la intimidad afecta en su protección a muchos otros derechos que no necesariamente tienen naturaleza espiritual, como es el derecho a la vida o el derecho a la seguridad personal.


Te asustan y te quitan la intimidad, y lo aceptas porque estás asustado.
Si le abres la mochila a todo el mundo, al menos exige que, a cambio, te quiten el miedo.

26 febrero 2007

Ego te absolvo.

- Ave María purísima.

- Sin pecado concebidísima.

- Padre, confieso que he pecado.

- Cuéntame, hijo mío.

- Padre, he pecado venial y mortalmente, de pensamiento, palabra, obra y omisión.
He cometido actos impuros, padre.
Padre, tengo gula, lujuria, pereza, soberbia, ira y envidia.
Lo tengo todo menos la avaricia.

- Algo es algo, hijo mío, así al menos dejarás una limosna en el cepillo cuando salgas.

- Padre, pienso que si Dios existe, el nuestro debe de ser el mismo que el de los otros, aunque se llamen de otra forma. Y si no existe, el nuestro es tan falso como los otros.
Si existe, creo que puedo hablar directamente con él.
Padre, me parece que lo más interesante de una iglesia es el fresquito que hace dentro en verano, y su estética y su silencio y que puedes meditar allí.
Padre, creo que las misas son muy aburridas y que repetimos frases como papagayos.
Padre, creo que dos personas que se quieren despertar juntas cada mañana no necesitan que usted les dé el permiso.
Padre, no creo en el proselitismo, ni en las cruzadas, ni en matar en nombre de Dios.
Padre, creo que los libros, hasta los más bellos, los han escrito personas.
Padre, no entiendo que nazcamos todos con un pecado porque Adán se comió una manzana, con lo buenas que son las manzanas, que una al día aleja al médico de tu casa.
A quien sí entiendo es a Adán.
Padre, me parece antinatural que usted no tenga una vida sexual, que renuncie al placer.
Padre, creo en el placer.
Aunque creo, padre, que usted sí tiene una vida sexual, que además le hace sentirse culpable.
Padre, ¿le estoy aburriendo?

- Me estás escandalizando...sigue, hijo. ¡ Ave María purísima !

- Por cierto, padre, creo que todo el mndo es concebido sin pecado.
Padre, creo que, de lo que dijo e hizo Jesús, a ustedes, hay un abismo.
Padre, no creo en las jerarquías, ni en las religiosas ni en ninguna.
Padre, creo que el Papa no es infalible.
Padre, conocí a un hombre muy rico una vez. Era muy creyente. Me alquiló una casa e intentó engañarme y sudaba cuando veía los dólares. Y no entendí que al día siguiente fuera a comulgar.
Padre, creo que hay un montón de presidentes en el mundo que, precisamente porque creen en Dios, deberían saber que van a ir al infierno.
Padre, creo en la ética y en la estética y no en los dogmas.
Padre, ¿no se ha dado cuenta de que Jesús no consiguió destruir las cuevas de los mercaderes?
Padre, pienso que "semen retentibus venenum est".
Padre, pienso que el mundo está lleno de milagros, y no necesitan certificación; que cada cosa que no entendemos y nos sorprende es un milagro. Y creo que Dios son esos milagros.
Padre, creo que la gente de mi país cree en el dios de mi país porque nacieron en el mismo país que Isabel y Fernando, tanto monta monta tanto.
Que es una casualidad.
Padre, no creo en los conversos, ni en los que cambian de Dios ni en los que cambian de equipo o de ideas o de chaqueta.
Padre, no creo en los pueblos elegidos; me parece que Dios no elige a nadie porque, si existe, todos somos hijos de Dios.
Padre, si yo fuera Dios sería un dios muy imperfecto porque ésa es mi naturaleza, y entonces elegiría... y elegiría precisamente a los pueblos que no se sienten elegidos.
Padre, no creo en los que tiran la primera piedra, ni en los que tiran piedras.
Padre, no comprendo que en el billete de dólar se aluda a Dios ("In God we trust"). Eso sí que es un pecado. Porque es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que que un rico entre en el Reino de los Cielos. Padre, no entiendo que los ricos creyentes no comprendan que pueden comprar bulas en la tierra pero que los camellos no caben por ahí, que los camellos son muy grandes, hombre.
Padre, creo en la Madre Teresa pero no en Lady Di.
Padre, creo que, si hay cielo, los perros deben tener sitio en él, aunque no puedan entrar en las tiendas.
Padre, creo que está bien si Dios creó al hombre.
Y creo que está bien si el hombre creó a Dios.
Lo que no está bien es creer que mi Dios es el verdadero y los otros no.
Padre, no entiendo que las iglesias estén cerradas por la noche y no puedan dormir en ellas los que no tienen casa.
Y lo más grave, padre, creo que no iré al infierno por nada de lo que le acabo de decir.
Padre...amen.

21 febrero 2007

CONTAR. 4: Final.

Por lo que me cuentan, contar es lo mismo que computar, numerar, enumerar, valorar, tantear, ajustar, liquidar, suputar, saldar, finiquitar.
¿Te has dado cuenta de que todos terminan en -ar?

Pero eso no es todo, tenlo en cuenta.
Contar también es lo mismo que
narrar
referir
relatar
decir
¿Has caído en la cuenta de que tiene rima?

Si te cuento la verdad contar también es como incluir y reputar y mirar cómo y hacer caso de.

Así que contar es muchas cosas, es casi cualquier cosa.
Contar chismes y contar undostrés.
No me salen las cuentas.
¿Contar películas igual que contar estrellas?
¿Un cuentista, un contable, un contador, hacen lo mismo?
No, vas a ver:

LOS CONTADORES DE ESTRELLAS, Dámaso Alonso.

Yo estoy cansado.
Miro
esta ciudad
-una ciudad
cualquiera
donde ha veinte años vivo.

Todo está igual.
Un niño
inútilmente cuenta las
estrellas
en el balcón vecino.

Yo me pongo también...
Pero él va más deprisa: no
consigo
alcanzarle:
Una, dos, tres,
cuatro,
cinco...

No consigo
alcanzarle: Una, dos...
tres...
cuatro...
cinco...


Quiero contarte algo.
Quizás digas desde el principio "¡ Cuenta, cuenta !"
Quizás seas más duro "Y a mí, ¿qué me cuentas?"
Tal vez llegues hasta la mitad "¡ menudo cuento !"
Puede que, casi al final, exclames exasperado "¡ Éste es el cuento de nunca acabar !"
Pero cuento con tu paciencia para que llegues hasta el final.

"Hay momentos en la vida en los que hay que hacer borrón y cuenta nueva.
Esos momentos a veces coinciden con un examen de conciencia y con una consciencia del tiempo, y con el tiempo de la añoranza de aquel mamá cuéntame un cuento: "Érase una vez un rey que no podía dormir por las noches, y contaba ovejas...".
Recordamos con ternura la ingenuidad
- "¿Cuántas estrellas hay en el cielo?
- "Sincuenta"
Es el momento de tener las cuentas claras, de saber con quién puedes contar.
No se trata de contar los pájaros de tu mano para ver si tienes cien, a fin de cuentas en una mano no caben 100 pájaros, como mucho 2 ó 3, y para de contar
Qué quieres que te cuente, que no por mucho contar amanece más temprano.
A veces las cosas se nos van de las manos, si yo te contara...
No me hagas mucho caso, que cada uno cuenta la procesión según cómo le va en ella.
Y no te cuento el final de la peli, porque la peli todavía no ha acabado".

14 febrero 2007

CONTAR. 3: Sí, pero no.

Me despierto sudando, gritando:
¡ Nooooooooo !
Muerto de pánico, con la boca seca, y una angustia sorda, interior, mucho más interior que los tuétanos de los huesos.
La mujer, a mi lado, con el sueño ligero de mujer, me pregunta qué me pasa.
- ¡ Estaba soñando !
Y no quiero decir más. No puedo. Es demasiado terrible.
- ¿Qué soñabas?
Me seco el sudor con un pico de la sábana y pienso que dicen que los traumas hay que contarlos para que desaparezcan. Sobre todo no guardarlos porque quedan dentro y se van pudriendo.
- ¡ Estaba...estaba en la...en una...en una recepción de la Embajada de España. Por el 12 de octubre! Llegaba contento, con una de esas bonitas sensaciones previas a una fiesta, al resultado de un examen que has hecho bien, al inicio de las vacaciones. Las sensaciones previas son mejores que la realidad de lo que se está esperando...
- ¿Y...?
- Durante unos momentos buscaba mi espacio y esperaba a que desapareciera la sensación de recién llegado... Y de repente por mi derecha avanza una señora que conozco, así, de vista.
Se pone a mi lado y me dice "¿qué tal?" y yo "bien, ¿qué tal?" y ella "bien. ¿Cómo estás?" y yo "bien. Hay bastante gente, eh" y ella "sí". Un silencio de 3 segundos. Y ella "¿Cómo va todo?" y yo "bueno, normal, muy bien" y ella "¿sigues por aquí, eh?" y yo "sí, me gusta. Y a ti, ¿cómo te va?" y ella "bueno, normal". Un silencio incómodo de 5 segundos. Una mirada a los lados. Una mirada al fondo. Y yo "igual voy a comer algo" y ella "el queso está muy bien. Allí" y yo "vale, vengo ahora", mientras pienso sólo en escapar y sé que no voy a volver y los dos sentimos el mismo alivio, como cuando se abre una puerta y puedes, por fin, salir.
En el camino veo a un conocido y hago como que no lo veo pero aún así tengo tiempo de ver que me ha visto y que hace como que no me ve.
¿Dónde está ese queso tan rico?

13 febrero 2007

CONTAR. 2: Sí.

Soy pobre, soy tonto, soy aburrido, soy previsible, soy divorciado, estoy solo, y me muerdo las uñas.

No tengo trabajo, no tengo aficiones, no tengo futuro, no tengo esperanzas ni posibilidades.
Pero tengo mucho tiempo.

No le gusto a mi familia, ni a mis ex, ni a la gente, ni a la sociedad, ni siquiera a mí mismo.

Algunos días me pregunto porqué y otros para qué. Y hay incluso algunos en los que me pregunto cómo y no consigo responderme.

Lo que a mí me gustaría no es ser listo, rico, divertido, original, o reconciliarme con la sociedad, o dejar de morderme los pellejos, oír bien, conocer el amor de mi vida.

Lo que a mí me gustaría no es tener compañía, trabajo, aficiones, futuro, esperanzas, posibilidades, ojos verdes, una polla de 30 centímetros, 20 años.

Lo que me haría feliz no es gustarle a todo el mundo.

No, no y no. Que no.

Lo que yo quisiera es contar bonitas historias como las que leo en los libros.
Historias salvajes como la de un perfume que al olerlo provoca orgías multitudinarias y canibalismo.
Historias místicas, historias exóticas, bellas como la belleza, tristes como la tristeza.
Y esas vorágines, la selva que vive y acaba contigo.
Que las palabras cobraran vida y corrieran por las venas de los brazos de las personas del mundo y llegaran a sus corazones sin que nada pudiera evitarlo.
Que hicieran llorar y reír.
Que se combinaran de tal manera que produjeran maravilla y espanto.
Porque hay una sola combinación grande y algunas pequeñas y otras que no son nada. Como en las máquinas tragaperras.
Contar historias de ahogados hermosos, de libros crípticos, de vidas fracasadas, de amores imposibles.
Y contarlas aún mejor que si las hubiera vivido en mi carne y en mi alma.
Historias que empiezan por "Érase una vez" o por "La primera vez que la vi...".
Cuentos que te revuelven las tripas, que te oprimen el corazón, que te hacen feliz, que te sacan las lágrimas de muy dentro, que te hacen ver el mundo de otra forma, que no tienen pies ni cabeza sólo belleza, que se cantan, que no quieres que terminen, que te gustaría haber escrito a ti, que no te dejan dormir, que te obligan a pasar una página y otra página y otra página, que te hacen reír, sufrir, pensar y no pensar. Sentir. Sacudirte.

En cuanto tenga talento, tiempo, ganas, estilo, historia, empezaré a hacerlo.
En cuanto tenga inspiración, estado de ánimo, libertad, soledad y compañía, empezaré a hacerlo.
En cuanto tenga confianza, apoyo, erudición, simpleza, exotismo, dominio, la palabra justa, y el orden, y la vida me deje y yo deje a la vida, entonces empezaré a hecerlo.

Mientras tanto me conformo con leer lo que otros cuentan y hacer como que vivo y vivir.
Mientras tanto me conformo con pajas mentales, paralelismos, estructuras, perogrulladas, sinsentidos, búsquedas infructuosas, juegos escondidos.
Mientras tanto vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque la espero..., a la palabra.

Y por si fuera poco soy analfabeto y no entiendo lo que digo.

12 febrero 2007

El poder de la corbata.

Es inconsciente: un camarero trata mejor y atiende más rápido a un señor encorbatado que a un fulano con pantalones cortos; sin embargo, los 2 son respetables clientes y los 2 van a pagar.
En nuestra sociedad el hábito hace al monje y se aplica lo de que "lo importante no es serlo sino parecerlo". Y un mangarrán con corbata es un señor.
También es verdad que en el pecado está la penitencia porque debe de ser muy triste llevar un trozo de tela apretándote el cuello, haga frío o calor.

Si al poder de la corbata se añade el poder del cargo, entonces llegamos a absurdos tales como que un diplomático tenga un descuento especial por el simple hecho de serlo cuando compra un billete de avión para irse de vacaciones a su país.
Un diplomático es un burócrata en la parte alta del escalafón y parece que tratándolo como a un príncipe se hace una deferencia a su país.
El diplomático representa a su país, de acuerdo, pero eso será en horas de oficina no cuando está en la playa; y por otro lado cualquier ciudadano que vive en el extranjero está de alguna manera representando a su país y dando una imagen de él. Y no por eso se corta el tráfico cuando pasa o no se le controla en los aeropuertos o tiene acceso a la valija diplomática para sus asuntos privados.
El estado pone a disposición del diplomático un cochazo y un chófer y una casa, -muchas veces, demasiadas, un palacio-, que se pagan con dinero público, porque así lo requiere, al parecer, la imagen del país.
Y digo "al parecer" porque a mí me daría mejor imagen un embajador que tuviera un sueldo normal porque hace un trabajo normal. Que viviera en una casa normal porque es una persona normal. Y que esa casa la pagara él, como yo pago mi casa y tú la tuya, supongo.

He conocido 4 casas de embajador de España -ya se sabe que el 12 de octubre, fiesta nacional, el embajador ¿invita? a ¿todos? los ciudadanos españoles que viven en ese país.
La primera en Damasco, Siria, era una mansión-museo llena de antigüedades romanas, bizantinas, árabes.
La segunda, en Túnez, era un palacete en los altos de Gammart, en una colina sobre el mar, con unos jardines más grandes que un campo de fútbol, literalmente.
La tercera, en la "Plaza de España" de Lisboa, tenía unos jardines aún más grandes que los de Túnez.
La cuarta, en Beirut, Líbano, es un palacio otomano, que tampoco anda mal ni de jardines ni de escandaloso lujo. La embajada de España es un edificio-bunker anejo al palacio, oscuro y nada acogedor con los españoles, donde se apiñan los empleados y funcionarios y guardias de seguridad y guardias civiles, muchos guardias civiles de paisano. Y se da la extraña circunstancia de que la residencia del embajador es mucho más grande que la embajada.
El embajador podría llegar a su trabajo en zapatillas y bata pero el resto de los españoles tenemos que desplazarnos a las afueras de Beirut, a una zona sin transporte público.
Si un turista español pierde su pasaporte en Beirut, que Dios le ayude a encontrar una embajada perdida en la montaña.
A mí me parece que esa embajada debería estar en el centro de la ciudad, a disposición de los españoles que la pagan.
Y que el embajador debería vivir donde le diera la gana, que para eso tiene un sueldo astronómico, pero no en un palacio, porque eso no da una imagen positiva de España, más bien la da de prepotencia y despilfarro.
Que un rey viva en un palacio, pase, porque esa es la tradición y lo que se lee en los cuentos infantiles.
Que un funcionario viva en un palacio rodeado de jardines y sirvientes, lo siento, es indignante y escandaloso.
Que el embajador de un país tenga un coche oficial y un chófer para ir a actos oficiales en representación de ese país, pase también, aunque no sé porqué coño no puede conducir él o ir en taxi, como todo el mundo.
Pero que el chófer lleve al cine a la esposa del embajador, que no "embajadora", o al supermercado, pues no, joder.
Cuando vives en el extranjero ves a muchos privilegiados que viven como reyes, en embajadas, Onu, Comunidad Europea, etc. Tienen sueldos espectaculares, excelentes casas, y un nivel de vida que no está en concordancia con la importancia de su trabajo.
Porque el trabajo de un embajador o el de un burócrata de la Onu no es más importante que el de un fontanero, ni que ningún otro trabajo.
Aunque ellos se crean más importantes: es lo que tiene vivir en un palacio, que te sientes príncipe.
Y yo, ingenuo de mí, que pensaba que eso de la nobleza era cosa de la Edad Media...

08 febrero 2007

CONTAR. 1: No.

Buenos días.
Soy el escritor que no tiene nada que contar.
Eso no me hace ni diferente ni único.
Por supuesto.
No estoy orgulloso. Cuando lo pienso, me parece hasta un poco negativo.
Pero eso es cuando lo pienso.
Y yo no pienso mucho, casi nada, lo imprescindible para no ponerme los zapatos en la cabeza.
Aún así hay veces, por la mañana, cuando mi cabeza está embotada, quiero decir más embotada, que preparo mi nescafé con 2 pastillitas de sacarina y 2 cucharadas de azúcar y sin nescafé.
Claro, esto tiene una explicación que os podría contar si tuviera algo que contar.
Pero no es el caso.
En todo embotamiento hay límites y hasta ahora nunca he salido a la calle con un zapato en la cabeza.
Esta supuesta lucidez yo la achaco a que no tengo costumbre de llevar sombrero.

Ya estoy en la calle, hace sol, no llevo sombrero pero sí un zapato en cada pie.
Mis 2 zapatos serían iguales, exactamente iguales, si no fuera por las manchas que los individualizan. Nunca he limpiado mis zapatos. Os podría contar que pasé el servicio militar con una latita de betún que mi madre amorosamente me compró. Una latita que heredó un compañero porque quedaba más de la mitad.
Pero no hay nada más terrible que contar la mili.
En general contar es terrible, porque uno cuenta y el otro escucha; y normalmente el que escucha no escucha, sólo acecha el momento de una pausa, de un titubeo, para incrustar su cuña, que invariablemente comienza por: "Pues, yo....".
Y se cambian los papeles y la nueva víctima pasa a ser el cazador en potencia.

A veces me pasa que hago un juego en mi trabajo con las personas que están en la misma sala que yo.
Me gusta jugar.
No os cuento en qué trabajo porque contar es terrible y me gusta jugar, y entonces el juego es adivinar en qué trabajo.
Vuelvo a la situación anterior: estoy en mi trabajo y el juego consiste en preguntarle a una mujer: "¿Qué es lo primero que miras en un hombre?".
Podéis imaginar mi desconcierto, mi incomodidad, cuando alguna responde que "los zapatos".
¡Los zapatos!
"Sí, porque los zapatos dicen muchas cosas de un hombre. Yo nunca podría salir con alguien que lleva los zapatos sucios, por ejemplo".
Yo no me atrevo a mirarme los pies en ese momento.
Si mi mirada descendiera, llegaría hasta unos bajos de pantalón arremangados y unos zapatos marcados por gotas de charcos, polvo de las calles, tiempo y ausencia.
Ausencia, entre otras, de betún.
Entonces pienso que esa mujer no es interesante, qué superficialidad; unos zapatos son un libro escrito y cuentan muchas cosas.
¿Veis porqué contar es terrible?
Y mi neurona me indica que tengo algo contra esa mujer que me juzga.
Es que soy un poco orgulloso.
¡Pero eso a vosotros qué os importa! Si estuvieráis enfrente de mí no me habriáis dejado terminar esta ("Pues yo...."), insisto, esta frase.

Otras veces, -vuelvo al juego-, alguna picarona dice: "Pues yo, me fijo primero en el culo. Si está de espaldas, claro. Jajajajajaja".
No estoy muy orgulloso de mi culo aunque es pasable. No lo pienso describir porque describir es contar.
El éxtasis es cuando alguna responde: "Pues yo, en la mirada".
Eso sí.
Eso es una mujer sensible teniendo en cuenta que mi mirada es huidiza, tierna y melancólica con un punto de lascivia.
Ahí sí me doy por aludido.

No soy, como he dicho, el único que no tiene nada que contar. Hay gente que cuando te ve se queda en blanco y suelta: "¿Qué me cuentas...?". Y tú dices: "Pues nada", e inmediatamente empiezas a contar cosas. O lo intentas, porque al final de la primera frase, cuando has caído en la trampa del cazador, te interrumpe porque estás confiado, y dispara: "Pues yo....".

El escritor es un listo y un parraplas. Está harto de que lo interrumpan en sus interminables monólogos y ¿qué hace entonces?: escribe un libro. Y además te lo vende. Y el pobre lector no tiene más remedio que rellenar los márgenes de las páginas con su diálogo mudo y frustrante; o bien, cuando tiene la ocasión, te cuenta que ha leído un libro. Y te cuenta el libro intercalado de lo que le pasó por la cabeza cuando lo leyó.
Terrible y doblemente terrible.
Claro que hay personas y personas.
Personas que te cuentan un chiste corto durante 25 minutos y otras que sacan una bonita historia del hecho de haber ido a comprar el pan.
Y luego están las que tienen pánico del silencio y rellenan cada segundo con torrentes de palabras sobre lo que sea, no importa mientras haya sonidos en el aire. Son muy cómodas para las reuniones sociales, pero uno acaba planteándose el interés de esas reuniones.
Un ejemplo: "Ayer veo a Luisa por la calle, tú no la conoces, es la hija de ése que trabaja en la tienda de fotocopias de al lado de la casa de Carlos, el novio de Ana la que estudiaba contigo, ¿sabes? Bueno, está en los huesos porque no come...." (Aquí ya te has perdido porque tu cabeza embotada y la ambigüedad de la propia historia no te permiten discernir si la que no come es Luisa la desconocida, o la hija del de las fotocopias o Ana la novia de Carlos el que estudiaba conmigo. Además has desconectado porque una alarma se enciende en tu cerebro que te indica que esta historia va para largo).
Yo os la ahorro por piedad y porque a partir de los puntos suspensivos dejé de escuchar y sobre todo porque, aunque no tenía nada que contar, empecé a acechar la oportunidad de interrumpir con un "pues, yo....". En defensa propia.

Podría contaros cómo me llamo pero eso violaría mi costumbre de no contar nada por no tener nada que contar.
Y, más grave aún, me arriesgaría a que un lector llevado por el estrés que producen mis palabras, por la angustia, por la ira retenida y a punto de explotar, me localizara y, sin mediar presentación, me espetara estas palabras mezcladas de esputos y salivillas: "Pues, para que te enteres, yo....".
¿Y con qué excusa podría yo negarme a hacer como que le escucho, y morderme la lengua para no interrumpirlo hasta el final de sus justas recriminaciones?
No, es mejor el anonimato para los criminales.

05 febrero 2007

Un poco más de demagogia (mía).

¿Qué es peor, que tu presidente tenga una amante o que invada un país?
¿Que se ponga liguero y tacones en la intimidad o que tenga responsabilidad en la muerte de cientos o de miles o de cientos de miles de inocentes?
¿Que en su juventud copiara en los exámenes o que sea un corrupto hombre de estado?
¿Que robara una camisa en el Corte Inglés o que venda tu país?
¿Que le pusieran una multa por conducir borracho o que esconda violaciones de los derechos humanos?
¿Que sea homosexual o que haya sido un criminal de guerra?

Antes de responder "¡ Por favor, lo segundo es peor !", piénsatelo un poco porque no está claro, especialmente en países anglosajones y asimilados.

Por ejemplo, en Francia, por suerte, se considera que el hecho de que Mitterrand tuviese una hija secreta era un asunto de su esfera privada y que lo que había que juzgar era su labor como Presidente de la República y no sus apetencias sexuales o su fidelidad conyugal.

No es el caso de los Estados Unidos o de Inglaterra:
De Clinton no se recordará su política exterior (con la distancia y el ejemplo de Bush, hasta parece moderada). Lo que quedará en la historia, lo que le hizo caer en desgracia, fue que una becaria de la Casa Blanca se la chupó o se la chupaba.
Lo realmente escandaloso en esta historia fue, por un lado su hipocresía y lo que mintió, por otro su mal gusto estético.
El señor presidente primero dijo que no, que no era lo que parecía. Después tuvo que reconocer que, bueno, sí, una mamadita, pero que ¡ el sexo oral no era sexo !
Será amistad.
Hasta se puso de moda la felación entre los adolescentes de su extraño país:
"Tú sigue, tonta, que ha dicho el presidente que esto no es sexo".
Claro que este señor ya tenía antecedentes: le hicieron fotos al degenerao fumándose un puro en su despacho.
Y, el colmo, acabó reconociendo que en su adolescencia fumó un porro de marihuana, pero que, alabado sea Dios, no había tragado el humo.

Y el caso del ministro inglés que tuvo que reconocer su homosexualidad y dimitir, como si la orientación sexual lo hiciera peor ministro.
Y el "niño" de la familia real británica al que le pillaron en una fiesta de disfraces vestido de nazi, como si en esas fiestas no hubiera gente disfrazada de diablo, de Bin laden, de condón.

Y en Israel, el presidente Moshe Katzav dimite por acusaciones de violación, grave delito sin duda y grave hipocresía puesto que Ariel Sharon creo que no dimitió cuando fue acusado de crímenes de guerra. Ni Olmert va a dimitir a pesar de su supuesta implicación en un escándalo financiero en relación a la privatización de un banco.
Ni Berlusconi ha dimitido nunca, ni Blair, que tiene un escándalo diario y muchas mentiras y muchos muertos.

Pero mi escándalo favorito, también en Israel, es el de Haïm Ramón, ex-ministro de justicia del partido de Olmert, Kadima, que tuvo que dimitir el 20 de agosto de 2006, acusado de "acto indecente".
Veamos lo que hizo el elemento, según palabras textuales del juez: le dio a una soldado israelí "un beso en la boca con penetración de la lengua sin consentimiento, delito que provoca el asco y la repulsión".
Y, estoy de acuerdo, es un caso verdaderamente repulsivo y escandaloso, símbolo de inmoralidad y de falta de ética.
Sobre todo porque los hechos ocurrieron el 12 de julio de 2006, día en que Israel inició una invasión de Líbano que duró 33 días, bombardeó las infraestructuras del país, mató a mil civiles inocentes libaneses, entre ellos más de 300 niños, repito, 300 niños, y utilizó armas prohibidas como fósforo blanco y bombas de fragmentación; crímenes por los que nadie nunca va a ser juzgado y por los que nadie va a dimitir.

Yo quiero políticos que fumen porros, que se bañen desnudos en el mar, que sean homosexuales, fumadores, blasfemos, infieles, fetichistas.
Son mucho más interesantes que los ladrones, los corruptos, los hipócritas, los bienpensantes, los políticamente correctos, los mentirosos, los prepotentes, los criminales.

04 febrero 2007

Tu coche mata y produce impotencia.

Después de haber convertido al tabaco en el enemigo público número uno (tras Bin Laden) y de haber cambiado las mentalidades tanto como para que haya conductores, cazadores, políticos, psicópatas, maltratadores de mujeres, empresarios corruptos y personas normales a las que la proximidad de un cigarro encendido les produce urticaria, pánico a morir y profunda indignación ante el delincuente peligroso, yo ahora espero que se empiece a luchar de la misma manera tan visceral, radical y violenta contra los coches.
De acuerdo, será difícil si tenemos en cuenta que los coches funcionan con el líquido en el que se asienta el poder y el dinero de los que controlan la política y la economía del mundo: el petróleo.
Algunos malpensados sugieren que, si no fuera así, hace ya tiempo que se habrían encontrado fórmulas menos contaminantes.
Sí es verdad que en Europa se toman cada vez más medidas coercitivas contra el conductor, pero la mayoría se basan en el concepto paranoico de moda: la seguridad. Más control, más castigos al infractor, más cinturones de seguridad...
Algunas de las medidas son francamente hipócritas: se controla la velocidad pero no se obliga a los fabricantes a construir coches con una velocidad limitada a la permitida y nos siguen vendiendo bólidos que alcanzan velocidades prohibidas en todo el mundo.
Y en algunas ciudades se utiliza el método de días alternos para matrículas pares e impares, lo que induce al que puede permitírselo a tener 2 coches.

En los medios de comunicación las noticias alarmistas se reducen, no se insiste en la relación entre los gases que los coches despiden y el cambio climático, apenas se habla de los cientos de miles de muertos anuales en las grandes ciudades por enfermedades directa o indirectamente producidas por la contaminación; los accidentes de circulación matan a millones de personas al año, la contaminación acústica se considera un mal inevitable del que ni siquiera merece la pena discutir.
Sólo a veces nos encontramos con noticias como ésta: "Pasear unas horas por la ciudad de Milán equivale a fumarse veinte cigarrillos".

En un puesto de honor del ecologismo barato, la caradura y la falsa sensibilidad tenemos al ciudadano que sale de su casa, se monta en su coche para ir a cualquier sitio, recorre la ciudad repartiendo gases tóxicos, ocupando mucho espacio, produciendo ruidos con su motor o su claxon... y cuando llega a su oficina exige que "No contamines mi aire".
¡ Qué sensible !
Y qué sano. Porque el fin de semana se va, en coche, a un gimnasio a ponerse en forma.
- "¿Y por qué no corres por la calle, que es más barato?
- "¿Porque hay mucha contaminación de los coches, mucho ruido y es peligroso, no vaya a ser
que me atropellen".
Algún fumador radical es partidario de ponerles en la nariz a estos hipócritas el tubo de escape de su propio coche, para que aprecien la diferencia.

La idea que se nos vende es que los coches son inevitables y necesarios; hay que mejorar la seguridad, evitar los riesgos, contaminar un poco menos... y ya está.

El transporte público contamina pero es un servicio público.
Tu coche contamina y es un servicio privado, que sólo te beneficia a ti.

La ciudad está organizada para que estas máquinas metálicas ocupen al menos el 80% del espacio en las calles.
A mí me gustaría que la ciudad fuera para las personas y el transporte público, no tener que escuchar ruidos estridentes, no perder el oído por oír música por encima del estruendo de tu motor, no tragar tus humos venenosos, no esperar a que tú pases para poder hacerlo yo, no llegar tarde al trabajo porque mi autobús está metido en el atasco que has producido, no jugarme la vida para cruzar la calle, que no me estreses, que no me contamines el aire... pero sobre todo que seas consciente de que tu bonito coche privado produce molestias públicas, que tú vas muy cómodo oyendo música pero eres incómodo, peligroso y desagradable para los otros.

Y que ya que no vas a pie a tu trabajo, que seas al menos más tolerante cuando tu compañero de oficina enciende un cigarrillo.