04 febrero 2007

Tu coche mata y produce impotencia.

Después de haber convertido al tabaco en el enemigo público número uno (tras Bin Laden) y de haber cambiado las mentalidades tanto como para que haya conductores, cazadores, políticos, psicópatas, maltratadores de mujeres, empresarios corruptos y personas normales a las que la proximidad de un cigarro encendido les produce urticaria, pánico a morir y profunda indignación ante el delincuente peligroso, yo ahora espero que se empiece a luchar de la misma manera tan visceral, radical y violenta contra los coches.
De acuerdo, será difícil si tenemos en cuenta que los coches funcionan con el líquido en el que se asienta el poder y el dinero de los que controlan la política y la economía del mundo: el petróleo.
Algunos malpensados sugieren que, si no fuera así, hace ya tiempo que se habrían encontrado fórmulas menos contaminantes.
Sí es verdad que en Europa se toman cada vez más medidas coercitivas contra el conductor, pero la mayoría se basan en el concepto paranoico de moda: la seguridad. Más control, más castigos al infractor, más cinturones de seguridad...
Algunas de las medidas son francamente hipócritas: se controla la velocidad pero no se obliga a los fabricantes a construir coches con una velocidad limitada a la permitida y nos siguen vendiendo bólidos que alcanzan velocidades prohibidas en todo el mundo.
Y en algunas ciudades se utiliza el método de días alternos para matrículas pares e impares, lo que induce al que puede permitírselo a tener 2 coches.

En los medios de comunicación las noticias alarmistas se reducen, no se insiste en la relación entre los gases que los coches despiden y el cambio climático, apenas se habla de los cientos de miles de muertos anuales en las grandes ciudades por enfermedades directa o indirectamente producidas por la contaminación; los accidentes de circulación matan a millones de personas al año, la contaminación acústica se considera un mal inevitable del que ni siquiera merece la pena discutir.
Sólo a veces nos encontramos con noticias como ésta: "Pasear unas horas por la ciudad de Milán equivale a fumarse veinte cigarrillos".

En un puesto de honor del ecologismo barato, la caradura y la falsa sensibilidad tenemos al ciudadano que sale de su casa, se monta en su coche para ir a cualquier sitio, recorre la ciudad repartiendo gases tóxicos, ocupando mucho espacio, produciendo ruidos con su motor o su claxon... y cuando llega a su oficina exige que "No contamines mi aire".
¡ Qué sensible !
Y qué sano. Porque el fin de semana se va, en coche, a un gimnasio a ponerse en forma.
- "¿Y por qué no corres por la calle, que es más barato?
- "¿Porque hay mucha contaminación de los coches, mucho ruido y es peligroso, no vaya a ser
que me atropellen".
Algún fumador radical es partidario de ponerles en la nariz a estos hipócritas el tubo de escape de su propio coche, para que aprecien la diferencia.

La idea que se nos vende es que los coches son inevitables y necesarios; hay que mejorar la seguridad, evitar los riesgos, contaminar un poco menos... y ya está.

El transporte público contamina pero es un servicio público.
Tu coche contamina y es un servicio privado, que sólo te beneficia a ti.

La ciudad está organizada para que estas máquinas metálicas ocupen al menos el 80% del espacio en las calles.
A mí me gustaría que la ciudad fuera para las personas y el transporte público, no tener que escuchar ruidos estridentes, no perder el oído por oír música por encima del estruendo de tu motor, no tragar tus humos venenosos, no esperar a que tú pases para poder hacerlo yo, no llegar tarde al trabajo porque mi autobús está metido en el atasco que has producido, no jugarme la vida para cruzar la calle, que no me estreses, que no me contamines el aire... pero sobre todo que seas consciente de que tu bonito coche privado produce molestias públicas, que tú vas muy cómodo oyendo música pero eres incómodo, peligroso y desagradable para los otros.

Y que ya que no vas a pie a tu trabajo, que seas al menos más tolerante cuando tu compañero de oficina enciende un cigarrillo.

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