12 febrero 2007

El poder de la corbata.

Es inconsciente: un camarero trata mejor y atiende más rápido a un señor encorbatado que a un fulano con pantalones cortos; sin embargo, los 2 son respetables clientes y los 2 van a pagar.
En nuestra sociedad el hábito hace al monje y se aplica lo de que "lo importante no es serlo sino parecerlo". Y un mangarrán con corbata es un señor.
También es verdad que en el pecado está la penitencia porque debe de ser muy triste llevar un trozo de tela apretándote el cuello, haga frío o calor.

Si al poder de la corbata se añade el poder del cargo, entonces llegamos a absurdos tales como que un diplomático tenga un descuento especial por el simple hecho de serlo cuando compra un billete de avión para irse de vacaciones a su país.
Un diplomático es un burócrata en la parte alta del escalafón y parece que tratándolo como a un príncipe se hace una deferencia a su país.
El diplomático representa a su país, de acuerdo, pero eso será en horas de oficina no cuando está en la playa; y por otro lado cualquier ciudadano que vive en el extranjero está de alguna manera representando a su país y dando una imagen de él. Y no por eso se corta el tráfico cuando pasa o no se le controla en los aeropuertos o tiene acceso a la valija diplomática para sus asuntos privados.
El estado pone a disposición del diplomático un cochazo y un chófer y una casa, -muchas veces, demasiadas, un palacio-, que se pagan con dinero público, porque así lo requiere, al parecer, la imagen del país.
Y digo "al parecer" porque a mí me daría mejor imagen un embajador que tuviera un sueldo normal porque hace un trabajo normal. Que viviera en una casa normal porque es una persona normal. Y que esa casa la pagara él, como yo pago mi casa y tú la tuya, supongo.

He conocido 4 casas de embajador de España -ya se sabe que el 12 de octubre, fiesta nacional, el embajador ¿invita? a ¿todos? los ciudadanos españoles que viven en ese país.
La primera en Damasco, Siria, era una mansión-museo llena de antigüedades romanas, bizantinas, árabes.
La segunda, en Túnez, era un palacete en los altos de Gammart, en una colina sobre el mar, con unos jardines más grandes que un campo de fútbol, literalmente.
La tercera, en la "Plaza de España" de Lisboa, tenía unos jardines aún más grandes que los de Túnez.
La cuarta, en Beirut, Líbano, es un palacio otomano, que tampoco anda mal ni de jardines ni de escandaloso lujo. La embajada de España es un edificio-bunker anejo al palacio, oscuro y nada acogedor con los españoles, donde se apiñan los empleados y funcionarios y guardias de seguridad y guardias civiles, muchos guardias civiles de paisano. Y se da la extraña circunstancia de que la residencia del embajador es mucho más grande que la embajada.
El embajador podría llegar a su trabajo en zapatillas y bata pero el resto de los españoles tenemos que desplazarnos a las afueras de Beirut, a una zona sin transporte público.
Si un turista español pierde su pasaporte en Beirut, que Dios le ayude a encontrar una embajada perdida en la montaña.
A mí me parece que esa embajada debería estar en el centro de la ciudad, a disposición de los españoles que la pagan.
Y que el embajador debería vivir donde le diera la gana, que para eso tiene un sueldo astronómico, pero no en un palacio, porque eso no da una imagen positiva de España, más bien la da de prepotencia y despilfarro.
Que un rey viva en un palacio, pase, porque esa es la tradición y lo que se lee en los cuentos infantiles.
Que un funcionario viva en un palacio rodeado de jardines y sirvientes, lo siento, es indignante y escandaloso.
Que el embajador de un país tenga un coche oficial y un chófer para ir a actos oficiales en representación de ese país, pase también, aunque no sé porqué coño no puede conducir él o ir en taxi, como todo el mundo.
Pero que el chófer lleve al cine a la esposa del embajador, que no "embajadora", o al supermercado, pues no, joder.
Cuando vives en el extranjero ves a muchos privilegiados que viven como reyes, en embajadas, Onu, Comunidad Europea, etc. Tienen sueldos espectaculares, excelentes casas, y un nivel de vida que no está en concordancia con la importancia de su trabajo.
Porque el trabajo de un embajador o el de un burócrata de la Onu no es más importante que el de un fontanero, ni que ningún otro trabajo.
Aunque ellos se crean más importantes: es lo que tiene vivir en un palacio, que te sientes príncipe.
Y yo, ingenuo de mí, que pensaba que eso de la nobleza era cosa de la Edad Media...

No hay comentarios: