27 septiembre 2006

Microcuento.

Durante la invasión de Vietnam, durante el pillaje de un banco, al soldado Williams F. Rockell Jr. le llegó de repente ese pequeño momento de extrema mala suerte que cambia la vida para siempre – a veces la cambia en muerte -: se quedó encerrado en la caja fuerte de un sótano gris, al fondo de un corredor, detrás.
Entró, cumpliendo su deber, sólo por comprobar que realmente estaba vacía. Se alzó sobre sus musculosos brazos, metió la cabeza, metió el cuerpo, y con la bota golpeó la gruesa puerta circular, que hizo “claam” y se cerró.
Estuvo allí con la esperanza, a veces, de oír pisadas amigas, o enemigas, que lo sacaran de allí, aunque fuera para matarlo después. Sin esperanza, otras veces.
Toda su vida le pasó por la cabeza: su familia, el Día de Acción de Gracias, todo.
Lo peor era morir en aquel jodido – fucking – país, tan extraño, al que le habían enviado para defender la libertad del mundo.
Pensó: “¿Por qué tenemos que hacerlo nosotros?”
Y luego se arrepintió de haberlo pensado, porque él no estaba allí para pensar ni para hacerse preguntas.
En la oscuridad un papel adhesivo brillaba y, con esfuerzo, se podían ver esos extraños símbolos de la jerigonza del enemigo.
Cuando se adormeció por falta de aire y pasó sin darse cuenta de la vida a la muerte, le vinieron imágenes borrosas de su pueblo y una sensación de tristeza que lo envolvió.
- “Lástima, no poder leer la pegatina. Seguro que explica cómo abrir la puerta”.

Se le repatrió con honores, envuelto en su bandera.

Donde una vez estuvo el banco ahora hay un McDonalds, lleno de adolescentes y de plástico.
En su tumba cada semana alguien cambia las flores.
Y a los nuevos soldados que van a nuevos países se les explican los peligros de entrar a una caja fuerte sin tomar antes todas las medidas de seguridad.
Seguridad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esto me recuerda esto otro...