23 agosto 2017

Gato por liebre.

He leído un artículo que dice que "los expertos advierten que tener un gato puede convertirte en sadomasoquista".
Qué tontada, diréis, si todo el mundo sabe que hay que ser previamente masoquista para tener en casa a un animal que no te da nada, el cabrón, excepto si consideramos "algo" el hecho de que nos permita rascarle la tripa cuando él lo desea.
¡Alto ahí! No es tan simple, vayamos por partes:
Es cierto que el gato es un campeón de la adaptación; hace muchos siglos que notó que acercarse a ese curioso ser humano le aseguraba comida, alojamiento, protección, tranquilidad, comodidad, territorio propio, masajes gratuitos y no ser comido, a cambio de estar por allí de vez en cuando y hacer como que el benefactor le importa algo.
¿Por qué entonces tenemos gatos?
Pues existen muchas razones; como las muy polémicas del zoólogo Desmond Morris, que en "El Mono Desnudo" afirma que los animales simbólicos son un sustituto inconsciente del deseo biológico de maternidad (lo que explicaría, según él, la querencia por los gatos que se da entre mujeres entre los treinta y cuarenta años que viven solas, mucho mayor que entre los hombres en igual situación); o que al "acariciar la pelambre del gato [...] el hecho de que el animal aprecie esta actividad de aseo social es sólo parte de la recompensa de su autor. Mucho más importante, para nosotros, es que la superficie del cuerpo del animal nos permita desahogar nuestros remotos instintos primates de aseo".
Sin duda existen razones menos profundas y más obvias, como que el gato no da mucho pero tampoco pide demasiado (no es necesario implicarse sentimentalmente, al menos no de manera mutua, como sí sucede con un perro; no hay que pasearlo 3 veces al día, es independiente, no necesitas jugar con él si no tienes ganas; es fácil también dejarlo solo en las vacaciones y que alguien vaya a ponerle la comida -el gato así seguirá en su territorio, que es lo importante para él- y ya será secundario quién le dé de comer y quién le toque la barriga, con tal de que alguien lo haga; por su movilidad y características anatómicas permite más interacción que un pez, un jilguero o una tortuga; su tamaño permite trasladarlo con facilidad en viajes o desplazamientos -de ahí el creciente éxito del "perro chupacoños", el de menos de 5 kilos-).
Hay un motivo psicológico importante que explica por qué tanta gente defiende a ultranza las virtudes del gato: se trata de que la capacidad de autoconvencimiento del ser humano es infinita; que tú quieras a un animal te hace creer ciegamente que él también te quiere a ti. Pero el cariño no es abrirse de patas y dejar que te acaricien -esto se llama hedonismo y egoísmo-. Dar cariño, si eres un mamífero, es lamer, acompañar, mirar y expresar con esa mirada, estar triste y angustiado cuando la persona que quieres se va, y feliz cuando vuelve, que no te importe "dónde" sino "con quién".
Justo lo que hace que un perro da amor mientras que un gato recibe placer. Abismal diferencia que, a veces, juega en favor del gato, puesto que la implicación sentimental en ocasiones agota, y resultan más cómodas las relaciones que nos impone un gato.
Claro, todo esto no es más que una opinión, y los gatos pueden ser maravillosos: basta con estar dispuesto a verlos maravillosos.
Sin duda os habéis dado cuenta de que todo lo dicho de los gatos se puede aplicar palabra por palabra a ciertas personas.

Pero volviendo al artículo, se trata del típico estudio científico de los que tanta alegría me dan.
Resulta que los gatos pueden transmitir a sus dueños un parásito cerebral que se llama Toxoplasmagondi.
El autor principal de este estudio es Jaroslav Flegr y ha visto el tío que "este parásito altera la conducta de las ratas, haciendo que se sientan atraídas por el olor de la orina del gato (supongo que Jaroslav considera que esto es bastante sadomasoquista), de manera que transmiten el parásito a otros gatos, aunque a menudo suelen morir en el intento". Como no soy científico, no me ha quedado claro si el parásito estaba en el gato o en la orina, ni cómo se lo transmite el gato a la rata. Sí parece claro que la rata se lo pasa al gato cuando es devorada por éste.
Según "los expertos" este parásito afecta a "un tercio de la población mundial", ni más ni menos, a causa del contacto con las heces de los gatos.
Así que, ni corto ni perezoso, Jaroslav ha hecho "un cuestionario a 36.564 personas eslovacas y checas", y ha comprobado (?) que de ellas había "741 infectadas", lo cual no es ni por el forro un tercio (ojalá pronto los expertos estudien por qué el Toxoplasma afecta menos a las personas checas y eslovacas). Y la conclusión: "Las personas con toxoplasmosis mostraron sentirse más atraídas por el bondage, la violencia, la zoofilia y el fetichismo, mientras que los hombres en particular, se sintieron inclinados hacia el masoquismo, violar y ser violados".
Sí, ya sé que no es lo mismo violar que ser violado, ni ser sádico que ser masoquista, pero es que el Toxoplasmagondi es así, no tiene término medio, te convierte en un sado-masoquista, fifty-fifty.
¿Pero cómo lo hace? Jaroslav lo deja claro: "el parásito se aprovecha de que los estímulos relacionados con el sexo y el miedo afectan circuitos cerebrales muy similares".
Y lo mejor de todo: "De hecho, aunque no padezcamos toxoplasmosis, existe una estrecha relación entre el miedo y el sexo".
O sea, que no hace falta gato para ser sadomasoquista, pero que sepas que aproximadamente un tercio de tus amigos que tienen gato son sadomasoquistas. Y tienen toxoplasmosis, añadiría.
Excepto si son checos o eslovacos, que entonces ya es distinto.

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