04 febrero 2008

La Ashura en Nabatiyeh.

Nabatiyeh es una ciudad del sur interior de Líbano, a una hora de la capital.
El décimo día de la Ashura miles de personas se concentran en sus calles para practicar la ceremonia de la sangre.
El ejército libanés acordona la zona, un “circuito” que rodea el campo de fútbol y pasa por delante de la mezquita. Los antidisturbios observan desde fuera el acto pero nunca he visto que hayan tenido que intervenir.
Este año entre el público había también un servicio de “seguridad” de Hezbollah, que ha recuperado su influencia en la ciudad desde la guerra contra el ejército israelí en julio de 2006.
El cordón sanitario está perfectamente organizado con la Cruz Roja, la Media Luna Roja y otras organizaciones médico-sanitarias musulmanas. A cada grupo de penitentes le acompañan camilleros que recogen inmediatamente a los que caen. A lo largo del circuito están instalados al menos una decena de puestos de socorro. Varias ambulancias están preparadas en las cercanías.
Otros grupos de voluntarios reparten agua, zumos y dulces.
A media mañana se celebra en el campo de fútbol una representación con actores a caballo de la batalla de Kerbala y la muerte de Hussein.

Pero lo realmente impresionante está pasando en las calles desde las ocho o nueve de la mañana, el éxtasis de penitencia y sangre.
El acto consiste en hacerse cortes en la cabeza con una navaja de afeitar, algunos se hacen uno o dos, otros 14 ó 16, depende de cada uno, de su valor y autocontrol.
Los cortes son superficiales pero sangran mucho. A partir de ahí recorren las calles en grupos dándose golpes con la mano abierta o con la arte plana de un machete, espada o cuchillo. Esto provoca que la sangre brote de manera espectacular. Muchos llevan sábanas blancas a modo de túnica que acaban teñidas de rojo. A algunos al final no se les ve la cara entre tanta sangre. Bastantes, que no paran a tiempo, se desmayan por la pérdida de sangre.
Según pasa la mañana todo se acelera: al principio son niños y hombres mayores los que van recorriendo las calles, unos grupos lo dejan después de un rato, otros comienzan.
Al final, entre las doce y la una del mediodía, sólo quedan los grupos de jóvenes más exaltados, los que dan vueltas al recorrido en estado de trance golpeándose sin cesar al grito de “Haidar”, a veces acompañados por un bombo o una trompeta que les marca el ritmo de los golpes. Muchos de éstos no paran hasta caer desmayados.
En Nabatiyeh no se hacen flagelaciones al estilo de Irak.

Si cuento todo esto no es para describir una costumbre salvaje sino para todo lo contrario, para explicar el origen y los motivos de esta tradición milenaria.
Las fotos que acompañan pueden chocar por su crudeza y aparente violencia; por eso me gustaría hacer unas puntualizaciones que eviten una mala interpretación.
En España, es triste decirlo, estamos llenos de prejuicios sobre el mundo árabe-musulmán, prejuicios alimentados por la ignorancia y por la imagen sesgada y negativa que nos presentan constantemente los medios de comunicación.
La Ashura es una conmemoración muy sangrienta; puede gustar o no, pero no deja de ser una ceremonia de penitencia, exactamente igual en su filosofía que algunas de la Semana Santa católica en España y no digamos en Filipinas.
Pienso que a nadie se le ocurriría calificar de “bárbaros” a los “picaos” españoles o a las señoras que hacen el recorrido de rodillas en Fátima y en muchos lugares de España por penitencia o para pedir favores divinos, agradecer los recibidos o cumplir promesas.
Probablemente es una forma de religiosidad popular equivocada y, como ya he dicho, muchos gobiernos y grupos la han prohibido; pero no es ni más salvaje ni más fanática por ser musulmana.

Una última cosa que puede sorprender: el ambiente en la Ashura de Nabatiyeh es acogedor, relajado, casi festivo. Los pocos extranjeros que vamos a verla estamos de acuerdo en que en ningún momento se palpa ni la más mínima agresividad ni se siente miedo entre tanta sangre y tanto cuchillo.
Los niños están orgullosos de haberse atrevido a hacerlo, de iniciarse en la tradición de sus padres. Las mujeres miran en silencio, pasean..
El que quiere lo hace y el que no quiere no lo hace, cada uno lo deja cuando lo considera apropiado…y así hasta el año que viene o hasta que la celebración sea prohibida.
No hay ninguna reivindicación política, sólo una autopenitencia religiosa, una tradición histórica y social.
Espero que en las fotos, detrás de la sangre, se pueda captar un poco de ese ambiente.

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