04 diciembre 2009

Lo siento, la fiesta es privada.











Domingo 22 de noviembre. Las calles de Beirut están casi desiertas; sólo pasan columnas de tanquetas que van o vuelven del desfile. Un policía o un militar en cada esquina.
Es el Día de la Independencia.
Hasta hace unos pocos años los libaneses no la celebraban apenas porque decían que mientras estuviera el ejército sirio en Líbano no habría verdadera independencia.
Ahora tampoco la celebran. No sé si les importa, lo que es seguro es que no les dejan, porque los actos conmemorativos son privados y están cerrados al pueblo.

El día de la independencia se ha convertido en el día del ejército libanés.
En las calles, campañas de imagen, en la televisión videoclips musicales, a la mayor gloria de los militares.
En Líbano el servicio militar no es obligatorio desde hace unos años; lo cual sorprende visto de fuera, teniendo en cuenta las tensas relaciones que han tenido con Siria y la inestabilidad que produce la pésima situación de los cientos de miles de palestinos hacinados en los campos de refugiados repartidos por todo el país, pobres, sin servicios públicos, sin apenas posibilidad de trabajar, sin nacionalidad, sin poder viajar a ningún lado ni ir a la Palestina que muchos de ellos ni siquiera han llegado a conocer porque nacieron en el campo de refugiados.
Estos guetos están prácticamente al margen del control y de la ley libanesa y en ellos se disputan el micropoder diversas facciones armadas, como si fueran provincias exteriores palestinas. Son almacenes de pobreza y descontento social, a veces de violencia; son refugio asimismo de perseguidos de la ley y en ocasiones nido de integrismos.
Pero si por algo sorprende que la mili no sea obligatoria es por el hecho de que Líbano tiene un vecino, Israel, que lo ataca e invade cíclicamente y con cualquier excusa; un vecino que en 1982 llegó hasta la capital Beirut y que anexionó todo el sur del país hasta que se retiró en el año 2000. Un vecino que en 2006 bombardeó todas las infraestructuras del país y en un mes asesinó a más de 1300 personas, en su gran mayoría civiles y sobre todo mujeres y niños.
En aquella ocasión el ejército israelí se las vio ante una organización paramilitar, el Hezbollah, que le puso en muchos aprietos.
El ejército libanés no intervino, quizás por evitar la declaración de guerra entre los dos países y la destrucción total del país.
El hecho es que las fuerzas armadas libanesas son débiles y no están capacitadas para enfrentarse a Israel. Ni al ejército sirio. Ni siquiera al Hezbollah, como se pudo ver en 2008 cuando la milicia chiíta tomó en pocas horas todo Beirut Oeste para desbloquear la parálisis política que suponía la falta de acuerdo con los sunitas de Hariri en el poder. El ejército rodeó la zona y no intervino en los combates…hasta que Hezbollah decidió marcharse unos días después tras su demostración de fuerza.

Por lo tanto la única “gloria” del ejército libanés en esta década ha sido la aniquilación del grupúsculo integrista que había tomado el campo palestino de Nahr el-Bared, cercano a Trípoli, en el norte de Líbano.
Los bombardeos duraron meses y supusieron la destrucción del campo y la huida en masa de los habitantes civiles. La operación le costó al ejército libanés un centenar de bajas.

Sin embargo estas fuerzas armadas cumplen una misión simbólica muy importante para el equilibrio de Líbano: la de ejemplo de unión y convivencia de las diferentes facciones, clanes y confesiones religiosas del país. En efecto, entre los soldados y jefes militares hay chiítas, sunitas, católicos, drusos, maronitas, armenios, ortodoxos…, todos bajo la bandera nacional. Un ejército fuerte y cohesionado supone una estabilidad para el país y aleja el peligro de mini-estados y guerras internas. De hecho, durante la guerra civil el ejército se escindió ante una situación extrema en la que un soldado debía luchar contra los miembros de las milicias de su clan político-religioso, quizás contra su hermano o su primo.
Las fuerzas armadas libanesas gozan en general de una buena imagen popular: se las ve como salvaguarda y símbolo de valores comunes y están formadas por hombres y mujeres del pueblo, de cualquier región, religión y grupo. El actual Presidente de Líbano, Sleiman, es un militar, antiguo jefe del ejército, y fue elegido tras un difícil compromiso debido a su imagen de hombre moderado y neutral.

Desgraciadamente lo que consigue una celebración tan elitista es alejar a las fuerzas armadas del pueblo, cuando se trataría precisamente de lo contrario en un país tan necesitado de identidad común.

10’45: en las entradas al barrio de Centre Ville algunas personas humildes venidas de los barrios esperan a que termine el desfile para poder acercarse a la zona.
Han venido para ver a su ejército: niños con banderas que probablemente los admiran y sueñan con ser un día soldados. Una vieja, quizá su hijo murió en combate (quizá no)…
Pero no pueden pasar. Por seguridad.
Dentro hay muchos peces gordos, besugos, sardinillas y algún pezqueñín inflado.
El desfile es sólo para políticos, diplomáticos, cargos militares y autoridades religiosas.
El pueblo puede verlo por la tele.
Pero la mayoría lo que hace es ir a misa, la compra semanal en el supermercado, visitar a la familia o ir a la montaña.
Pasan los tanques ante la indiferencia de una gente que no ha sido invitada a la fiesta.
Beirut está dividida otra vez: a un lado celebran un desfile privado.
Al otro celebran que es domingo y hace sol.




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