12 marzo 2010

Microcuento del psicólogo.

-Sea breve, por favor, dijo.
La voz, cálida y suave, invitaba a la confidencia.
-Verá, es la primera vez que vengo.
-Siga usted, por favor.
-En ocasiones me despierto con una sensación extraordinaria…, como si mi cabeza hubiera estado actuando sin mí.
Silencio, un instante; esperaba un murmullo de aprobación, algo que le hiciera sentir que estaba siendo comprendido.
-Siga usted, por favor.
-Hay veces en que dura todo el día…
Oyó un clic, rebuscó en sus bolsillos, patético, torpe… Nada.
-Siga usted, por favor.
-Quería decir que en realidad…
-Su crédito se está agotando.
Alguien tocó a la puerta de la cabina.
Intentó seguir, espasmódicamente, a borbotones, ansioso, empujando aterrado las palabras que se resistían a salir.
-Ayer salí a la calle…buscaba a alguien para…
-Su crédito se ha agotado.
-…para hablar, para contarle lo de mi sensación…¿me escucha?
Comprendió que se le había acabado el tiempo.
Volvieron a tocar a la puerta.
Huidizo, cabizbajo, como el que teme ser reconocido haciendo algo
ignominioso, salió del local.
Se mezcló entre la masa de odiosa gente egoísta.
Le hubiera gustado contar lo de su soledad.

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