20 junio 2008

La Misión.

Aquel día iba a llover pero A. aún no lo sabía.
Apartó las mantas hechas un lío, miró al techo, se levantó.

La espuma del café giraba alrededor del líquido negro.
Una sensación indefinida.
Tengo que cambiar la música del móvil.
Pero no contestó.
Ni siquiera miró quién le llamaba a esas horas.
Esas horas eran las diez y media.
Las diez y media de un día soleado.
----
Se imaginó la misma escena de él andando por la calle, se imaginó la realidad, pero sin sonido. Le quitó los ruidos a la vida y se sintió en paz. Los coches pasaban en silencio, la gente movía la boca como peces en peceras [goooooo, goooooooo]
Oía claramente el silencio, el pitido del silencio, igual que si tuviera taponados los oídos.
----
Ya estaba dentro, en cualquier momento debería “encender” las orejas, quizás le estaban hablando a él
Piiiiiiiiiiiiiiiiiii…ferencia básica que hay entre las dos es que la primera trata de completar instrumentos…piiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
Ah, no era a él.

Una caja de cartón, pequeña, donde decía Gitanes, y 2 trozos metálicos y circulares a cambio de un papel que él llevaba en el bolsillo.
En el rápido intercambio alcanzó a leer “Banque du…”
Quizás la otra persona había dicho “Gracias” así que él la miró y pensó “Gracias”. Por cortesía.

Salió.
En 10 pasos tengo que llegar a la siguiente farola.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco y alargaba cada vez más la zancada seis siete porque era muy importante, había hecho un acuerdo-apuesta consigo mismo: si llego significa que voy a tener suerte todo el día. Así que el nueve fue un paso forzado agachando el cuerpo y lanzando los brazos y la pierna derecha, pero intentando mantener la compostura, no fuera a ser que la gente se fijara en que andaba como Groucho Marx. Le sobró casi la mitad del 10. Sonrió.
----
Entró.
Buenas, ¿tienen aparatos de ésos para escurrir las lechugas?
No, caballero, eso en una tienda de “menaje”.
De menaje, qué curiosa palabra.
Estuvo a punto de comentárselo a la señorita pero desistió porque ella ya le había dado la espalda.
Entonces estuvo a punto de indignarse, usted no sabe quién soy yo. Pero desistió.
Entonces estuvo a punto de cambiar de táctica y usar la estrategia de la simpatía.
Ejem. Sonrisa. Por cierto, ¿cómo se llama ese aparato para las lechugas?
Pero desistió. Si tuviera tiempo se lo habría preguntado, aún a riesgo de escuchar: pregunte en la tienda de menaje.
Pero ya estaba en la calle. Estuvo a punto de volver, por orgullo. Pero desistió. La falta de tiempo.
¿Se llamaría “escurrelechugas”
¿Tendría un nombre americano? “Spanker”
¿Spanker?
Si tuviera tiempo escribiría a la Academia de la Lengua para preguntarlo.
Estuvo a punto de volver y encararse con la señorita. ¿Y spankers? ¿Tienen spankers?
Pero desistió, sí, desistió. Porque ni siquiera quería comprar ese aparato.
Había sido sólo un intento fallido de retrasar lo inevitable.
----
Una nube con forma de duendecillo.
Por encima de las nubes siempre hace sol. Vaya, vaya.

Entró. Un arco magnético. Piiiií.
El hombre de la puerta lo miró fijamente, con sospecha, como deben mirar los hombres de las puertas, pero no dijo nada.
Añoró aquel tiempo que ya parecía lejano en que lo trataban como a una persona, un cliente, al menos como a un dólar andante.

Buenos días. Buenos días.

De repente creyó ver a B.
Y se acordó de aquella frase tan bonita de las películas de piratas de los años 30 dobladas al español. Y se dijo a sí mismo: ¡Que me aspen si aquel no es B.!
Efectivamente era B. Pero no tenía ningún interés en hablar con B.
Lo único que le gustaba de aquella situación era haber podido utilizar esa frase tan bonita.
Y se dio media vuelta.
Fuera comenzaban a caer las primeras gotas. Pero A. aún no lo sabía.
----
Calor. Se sentía mareado. Ya no recordaba porqué había entrado allí.
Sintió el ruido del agua, el frescor en la frente… ése de ahí era él.
Puso la mano en el espejo como para tocarse un pómulo. No…
Puso la mano en el pómulo.
No podía pensar más que en lo asimétricas que son las partes simétricas del cuerpo…
Sí, había algo más…sí, él tenía algo, sí, tenía…una misión.
Una misión. ¿Qué significaba? Quería decir que había entrado allí por un motivo. No. Una misión.
Se miró a los ojos todo lo fijamente que pudo.
No quieres recordar. Pero sabes que tienes una misión.
Acéptalo, no te engañes, cúmplela.

El alivio, el olor ácido, el líquido oscuro, el remolino, el ruido de la cadena.
Salió.
Al pasar se miró de reojo de lejos de perfil.
Se cruzó con su propia mirada fugazmente y apartó los ojos.
Sabía que no podía mentir al del espejo.

Buenos días. Buenos días.
Tengo cita. Con… Pánico. Calor en las mejillas. Es que…
Una gotita de sudor se estaba formando en su frente, a un lado, justo donde empezaba el pelo.
Es que no es aquí. Confusión. Me he confundido.
Notaba aquello. En el bolsillo interior. Le parecía que pesaba kilos.
Bajó la mirada. La mujer no respondió. Él no lo sabía pero ella había olvidado la conversación un segundo después de haberse terminado.

¡Tranquilo! La gota de sudor acabó de formarse y con el movimiento del cuerpo cogió carrerilla y resbaló por la frente y se paró encima del ojo y se deshizo.
A. bajó las escaleras, se tocó la ceja mojada.
Tranquilo. No pasa nada. No lo estropees.
La misión.
Sentía que la gente miraba el bulto en su bolsillo.
Tranquilo. La gente no está mirando.
Cruzó la puerta.

Estaba lloviendo. A. lo supo en aquel momento preciso. Ruidos espaciados en el suelo, tap tap tap
Una gota, tap, al lado de donde había estado la de sudor.
La primera gota siempre le cae al más idiota.
No podía evitar pensar en esa frase siempre que empezaba a llover.


Frente al edificio.

Una vieja con gorro de lana mirando la lluvia caer desde una ventana estrecha.
Él no conocía esa verdadera, profunda soledad, la que envuelve y amortigua y con el tiempo se infiltra y extiende y alcanza el cerebro y la sangre y los huesos y los tuétanos de los huesos y el alma. Como un dolor viejo que ya es parte de ti y a veces pasa desapercibido aunque siga siempre siendo dolor. La soledad que se fusiona con la persona, la de no tener a nadie a quien decirle estoy mal estoy bien porque a nadie le importa si estás mal o bien o si no estás.
No, él no la conocía.

La lluvia golpeaba el suelo con fuerza. El cielo había desaparecido.
El agua le corría por la cara, entraba por el cuello de la camisa.
En su cabeza había goteras, unas por fuera, desde el pelo, desde la punta de la nariz, caían, cada vez más rápido, caían, caían, caían. Otras eran interiores.
Tuvo un escalofrío.
Y entonces vio todo claro. Su misión. Se tocó el pecho, sintió el bulto del bolsillo. Hazlo.

Le temblaba el cuerpo empapado. Tenía miedo pero sabía que tenía que hacerlo. Era obligatorio. No tenía otra opción si quería seguir viviendo.
Miraba con fijeza la entrada del edificio.
La misión.

Un hombre con un maletín.
A. cruzó la calle y se dirigió rápidamente hacia él, imaginó.
Sólo necesitaría un minuto.
Metió la mano en el bolsillo interior y siguió avanzando, la imagen era muy clara en su cabeza.
Buenas tardes Sr. C. Tengo algo para usted, imaginó.
Comenzó a sacarlo. Vio el miedo en los ojos del hombre…

A. veía la espalda del hombre del maletín cada vez más lejos. Paralizado, con la mirada fija y perdida, vacío.
Todavía alcanzó a imaginar, eh espere. Permaneció allí, inmóvil.
2 voces con pasos se acercaron, llegaron a su altura… "y lo violaron y se murió del disgusto"… pasaron, se alejaron.

La ropa mojada por el suelo. Las mantas revueltas.
Se sentó en la cama y sacó cuidadosamente del bolsillo interior de la chaqueta un sobre con las puntas mojadas donde decía
Currículum Vitae de A.
A la atención de C.
Lo dejó suavemente en la mesilla, se puso el amasijo de mantas por encima, miró al techo sin verlo y pensó mañana, sí, mañana…Mañana.

No hay comentarios: