10 diciembre 2008

¡Qué escándalo!

¡Qué escándalo!
Resulta que la reina de Inglaterra se ha puesto 2 veces la misma ropa…¡Pero adónde vamos a ir a parar!
Los periodistas, que son unos linces, han advertido que el vestido que llevaba esa señora el otro día en un acto público ya lo había lucido –es un decir- hace algunos años en otra ocasión.
Triste trabajo el de periodista –también es un decir, lo de periodista- del famoseo ñoño.
Al parecer es una tradición que la reina no repita nunca ropa. Ella misma también es una tradición.
Y la noticia aparece en los telediarios; por supuesto sin el más mínimo asomo de amago de intento de sombra de crítica. Al contrario, nos vienen a decir que es muy simpático el gesto y que demuestra una campechanía y un buen rollito sólo superados por nuestras cada vez más numerosas altezas o harturas reales borbónicas.
Los seudoperiodistas incluso se compadecen de la pobre y nos informan de que puede ser signo de apuros, puesto que gran parte de sus bienes son inversiones en bolsa y en especulación basurera.
Aún hay más: quizá, dice el telediario, el acto de repetir vestido es un símbolo y un grandioso ejemplo para mostrar a los súbditos de su ¿graciosa? majestad que “hay que apretarse el cinturón” ante la crisis.
Hasta es posible que los vestidos usados se donen a obras de caridad, sin lavarlos, que están como nuevos y además los pijos sudan Chanel number three, que diría Rubén Blades. Pero si esto fuera cierto los pobres ingleses –porque creo que también hay pobres en Inglaterra, oh my god- llevarían pamelas de colores, y eso yo no lo he visto en la tele.
Lo escandaloso de verdad es que entre tantos miles de trajes no haya uno que no sea una horterada.
Hace unos días alguien me reprochaba mi mentalidad “de clase media”.
Lo acepto, me avergüenzo e inclino la cabeza –pero no ante ningún reyezuelo-: la clase media es mediocre pero ojalá, al menos en las democracias, no hubiera ni pobres ni parásitos que estrenan ropa cada día de su vida.

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