"Generaciones enteras pierden la salud cribando arena en los ríos, a la espera de un golpe de suerte que no llega. Lo poco que encuentran se lo venden a los libaneses que dominan el mercado. Éstos les pagan ridiculeces porque los campesinos los extraen sin licencia. Y es imposible conseguir una licencia si no tienes dinero y contactos. Los libaneses sacan los diamantes de contrabando y ganan fortunas con las que sobornan a los avariciosos políticos que nos mandan".
"No hay jornada de playa completa sin caravana. De vuelta a Freetown quedé atrapado en el colapso de tráfico a lo largo de la carretera que perfila Lumley Beach, el paseo marítimo de la metrópoli. Era una romería curiosa, hecha de Mercedes a paso de tortuga en ambas direcciones hasta bloquear el horizonte. Cualquier tonalidad y modelo, piezas de museo y recién salidos de fábrica. Eso sí, en su interior sólo viajaban libaneses cuyo entretenimiento dominical era conducir Lumley arriba, Lumley abajo en su flamante, o en su destartalado, automóvil alemán. No era de extrañar que los africanos detestaran la marca teutona, que identificaban con los odiados libaneses. Ellos constituían la clase financiera, muy vinculada al comercio de maderas, piedras y metales preciosos y quién sabe qué más. El dinero les permitía manipular la política interna dando apoyo a gobernantes y militares corruptos.
El cenit se alcanzaba al final del recorrido, al pie de la cuesta del hotel Family Kingdom, el Reino de la familia, a rebosar de libaneses y baterías de Mercedes estacionados. Recordé los Mercedes negros de Dushanbé, capital de Tayikistán, conducidos por la pródiga y arrogante mafia rusa local. El fabricante de Stuttgart debería cuidar un poco más su imagen en ciertos en ciertos países en los que sus vehículos son conducidos exclusivamente por determinados sectores de la población no siempre recomendables".
(Jordi Raich).
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