09 julio 2010

Rompiendo cadenas.

Recuerdo con repelús aquellas cartas que, antes de la era Internet, te llegaban un día:
“No rompas esta cadena. Envía esta carta a 20 personas en los próximos 3 días”.
Y te amenazaban con terribles desgracias si no lo hacías, y con trabajo, dinero, amor y paraísos si seguías la puta ronda.
El encargado de ejecutar la sentencia era algún santo, una virgen, el propio Jesucristo en persona.
Venían sin remitente, enviadas sin duda por un conocido o amigo al que, a su vez, alguien le había hecho la putada y que en su anonimato se excusaba de alguna forma por quitarse ese peso de encima.
A veces llegaban con una peseta atada con celo.
Yo entonces maldecía al misterioso conocido y, aunque comprendía su actitud de “por si acaso, no vaya a ser que sea verdad”, no le perdonaba que me hubiera elegido a mí entre sus 20 víctimas; sobre todo me cagaba en todos los muertos del iniciador de la cadena. No entendía –ni entiendo- ese cristianismo cutre, amenazador, proselitista, que te obliga a seguirle el rollo para no caer fulminado por un rayo. Esta mierda sólo podía tener origen en ciertas sectas degeneradas estadounidenses.
A mi vez, miraba la carta y luchaba entre el miedo a los castigos divinos por un lado, y la indignación rebelde y la pereza de mandar 20 cartas con 20 fotocopias con 20 sobres con 20 sellos con 20 pesetitas a 20 personas (que me cayeran mal, preferentemente).
Al final ganaba la 2ª opción y la carta, no sin cierta desazón, iba a la basura.
Quizá perdí tesoros, quién sabe y a quién le importa. Lo que sé es que tampoco me atropelló un tren, porque ningún Dios mínimamente decente puede ser tan cabrón de condenarte por no mandar una carta.

He recordado esta historia porque hace 15 días recibí un mensaje desde Internet a mi móvil, en inglés, que decía:
“Los ángeles están ahí para guiarte y protegerte en cualquier cosa que hagas. Esta noche, ellos te llevarán a un lugar donde tus sueños pueden convertirse en realidad”.
Lo enviaba un tal “HamzaWalid”.
Sonaba otra vez a iluminación barata, a secta de las que no dejan en paz a nadie, a mal rollo; peor, sonaba a amenaza.
Llegué a casa y una parte de mi cerebro, la más primitiva, esperó ver aparecer a seres, ángeles o demonios, que me llevarían a donde yo no quería ir.
HamzaWalid, no necesito tus ángeles, ya tengo los míos y era feliz abrazado a uno y era feliz mirando al otro, y viceversa.
Y aunque ahora no están, no quiero que me mandes los tuyos.
Yo sólo quiero los míos, estén donde estén.

No hay comentarios: