La naturaleza y la ciencia tienen misterios sorprendentes cuya comprensión se halla sólo al alcance de unos pocos elegidos.
Uno de ellos, tan apasionante como la infinitud del universo, es el de las actualizaciones informáticas.
¡Oh!
En efecto, cada día nuestro ordenador nos dice que necesita instalar unas actualizaciones de gran importancia. El ignorante usuario deduce de ello, por un lado, que su ordenador está más actualizado que las informaciones del cotilla chupapollas, y, por otro, que el aparato va a funcionar mejor -pero no es el caso, no nota ningún cambio tras la actualización diaria-. Imagina que el ordenador está más protegido, pero tampoco es el caso. Espera quizás que aumente la velocidad y la potencia -pero ¡quiá!-, que sus programas sean más eficaces -pero ¡nanay!
Y así acumula cientos de miles de maravillosas actualizaciones que no producen ningún efecto aparente, excepto tal vez el de ser mejor espiado, vigilado y controlado.
O puede que los ordenadores sean como agujeros negros en el espacio que se tragan actualizaciones y las llevan a un universo paralelo.
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