05 octubre 2013

El mundo desde la furgoneta: 4. Beduinas, farloperos y comedores de acelgas.

Primero montan los niños, peleándose, empujándose para coger el sitio de la ventana; después, sus madres, beduinas que van de Beirut a Trípoli; la última lleva de la mano a un pequeñajo de un año con los mocos secos pegados. En total son 10 y, desafiando todas las leyes de la física y del espacio, ocupan 4 asientos.
Al conductor, admirado, sólo le falta decir: "Hala, si estamos todas, carretera y manta".
Arranca y pone a tope una casette de George Wassouf, el ídolo de la música siria, conflictivo y dicen que farlopero. A George Wassouf se le rompió la voz como a Sabina, y en ambos casos se agradece.
Tengo una foto con él en la sala de embarque del aeropuerto de Praga: George cantaba desplazándose de aquí pallí mientras hacía tiempo, parecía un poco tomao; todos los libaneses lo miraban cuchicheando con caras de reproche, como comentando sus vicios y su mala cabeza...pero todos, de uno en uno, de dos en dos, acababan acercándose a él para hacerse una foto. Yo también lo hice, una foto con George Wassouf para agrandar mi colección friqui: tengo fotos con Aznar, Iñaki Perurena, José Saramago, Fernando Arrabal, Miguel Indurain..., como ven, no discrimino. La foto es patética: está borrosa y George mira hacia otro lado.
En todo caso le di las gracias al mánager, simpático, calvo y con coleta, que sin duda estaba más dotado para conseguir conciertos, sustancias y zorras que para el arte de Daguerre.

En esto pensaba yo cuando un militar delante de mí le pide al conductor que baje la música.
Sin duda os habéis fijado en que cada vez que alguien pone música en un lugar común hay otro alguien que un segundo después le dice que la baje, independientemente del volumen inicial, la calidad y estilo de la música y esté el antimúsica haciendo algo que requiera concentración o no: es gente que confunde la música y el ruido, incapaz de apreciar melodías; gente que prefiere el sonido de un móvil o una conversación sobre el apasionante tema de si a las acelgas hay que echarles sal o por el contrario no. Me pregunto qué hacen en su tiempo libre, me interrogo sobre si la sensibilidad se puede educar en la edad adulta, y, parafraseando a los Violadores del Verso, me cuestiono sobre la más que probable relación entre vicios y placeres.

Cuando ya me disponía a meditar sobre el futuro de ese pequeñín mocoso y pobre, resulta que me toca bajarme y empezar a andar.

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