"Hablar de deseo, es fundamentalmente hablar de otro; hablar de otro no es nada más que decirse a sí mismo bajo otra forma, indirectamente, mirarse en el espejo alegre que el otro me tiende; en fin, hablar de sí mismo por medio del otro no es más que el comienzo de una socialización, la instauración de un lazo cultural, la representación de uno mismo compartida. Rizar el rizo: el deseo por otra persona me es necesario en la medida en la que me lleva al único enigma que no consigo resolver completamente, a conocer el ser en sí mismo, la otra persona tan similar que, a cada instante, hace de mí una excepción ontológica y un caso de especie, una filogenia. El ser en sí mismo, es la parte que debo al universo entero por haber hecho de mí esta singularidad particular que no se sobreviviría a sí misma ya que obtiene su vida del sí mismo de los otros en mí, de su inclusión permanente, de su presencia carnal y de su fantasía que no cesa de aparecérseme, No es el otro lo que me intriga o me fascina en tanto que individuo particular, es ese ser en sí mismo lo que lo convierte en eso, y sobre lo que se posa su enigma a cielo abierto: destriparlo para exponerlo mejor. Porque él se proyecta en mí tanto como yo proyecto sobre él la parte insondable de todo ser singular, comenzando evidentemente -pero no solamente- por el deseo. La mirada que poso sobre ese otro traiciona mis convicciones de la misma manera que un espejo habría reflejado la imagen derrotada del perdedor que no quiere confesarse vencido. Me impresiona siempre la fuerza de los vencidos. Ser vencedor es sin duda una situación exigente que implica una gran responsabilidad, pero ser perdedor es algo más fuerte aún. El ganador es suficientemente sensible a la humildad, a la lenta progresión y a los numerosos fracasos que requiere su victoria? O, por hablar como los taoístas, ¿el vencido sería el verdadero vencedor?".
(Malek Chebel).
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