08 octubre 2006

Banadura.

En los ojos del vendedor de fruta se ve el fracaso de su larga vida, suponiendo que haya vidas largas.
A su edad debería estar en casa rodeado de sus nietos, suponiendo que tenga nietos.
En lugar de eso, arrastra su carro por las calles y en las esquinas se para y vocea su mercancía a las ventanas.
Nadie baja. Y él continúa empujando el carro hasta la siguiente esquina, con el pelo revuelto y blanco, sin afeitar, con la camiseta blanca, con los pantalones arremangados.
Cuántas guerras ha vivido.
Se para junto a los chulos de las putas viejas de los clubs decadentes de esta parte de la ciudad. No se miran, no se ven.
No se para delante del hotel Meridian porque allí molesta y porque allí nadie bajará a comprarle "lechugas, patatas...".
Supongamos que todo es culpa suya y de la vida, a partes iguales.
Sigue porque tiene que seguir, empujando su carro, como un castigo de dios mitológico.
Suponiendo que existan los dioses.

(Para Javi)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Puto Amo