27 mayo 2007

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El segundo foco de desestabilización es más sorprendente, por lo inesperado y por las colosales proporciones de muerte y violencia que está adquiriendo.
Se trata de los enfrentamientos entre el ejército libanés y el grupo Fateh al-Islam en el campo de Nahr al-Bared, cerca de Trípoli, en el norte de Líbano.
"El campo", esta denominación no se debe a que haya una bonita naturaleza con flora y fauna autóctona. No, es más bien un "campo de refugiados", un campo de miseria y hacinamiento de los muchos que se reparten por toda la geografía libanesa.

Para entender lo que está pasando hay que remontarse en la historia:
en Líbano hay más de 400.000 palestinos. Es una cifra oficiosa, puesto que no hay un censo oficial actualizado ni de libaneses ni de habitantes de estos campos de la verguenza.

El primer responsable de su situación es Israel, con perdón, que los expulsó de sus tierras en Palestina y les obligó a refugiarse en Líbano, en Siria, en Jordania...
Algunos llevan 60 años en esos ghettos, o 35. Pero la mayoría han nacido en Líbano y no son libaneses. Son palestinos pero no tienen tierra ni la van a tener.
En resumen, son unos parias apátridas.
A Israel, por supuesto, nadie le obliga a indemnizarles o a permitir que vuelvan a su tierra. Faltaría más.

El segundo responsable de la situación es el propio estado libanés: amparándose en un panarabismo que no se creen ni ellos y en el derecho de retorno a Palestina, Líbano lleva 60 años considerando estos campos de chabolas como "provisionales". Son palestinos que deben volver a Palestina. Pero Israel no les deja volver. Y el resto del mundo envía a veces ONGs a estos campos para enseñar a las mujeres a bordar y a los niños a dibujar. Y pasa el tiempo.
Líbano aduce, probablemente con razón, que no puede permitir la implantación y la asimilación de estos palestinos puesto que eso alteraría el frágil equilibrio del país en todos los sentidos y en especial el confesional, con la aparición de medio millón de nuevos libaneses musulmanes sunníes en un país que apenas llega a 4 millones de población total.
Incluso una parte importante de libaneses considera a los palestinos como los culpables del desencadenamiento de la guerra civil en 1975.
Conclusión: Líbano niega a estos "refugiados" nacidos en Líbano todo tipo de derechos, les prohibe trabajar, les prohibe comprar una casa o construirla... y perpetúa así su condición de miseria y falta de horizontes.
Nacen en los campos, viven en los campos y mueren en los campos.
Y mientras tanto imaginan los olivos de su pueblo en Palestina, ese pueblo que no conocen ni conocerán.
Y sueñan con un visado para Europa o EEUU que los saque del campo, un visado que no tienen ninguna posibilidad de obtener.
Nuestra conciencia se queda tranquila enviándoles a jóvenes "oenegeros" emprendedores que, mientras toman copas por las noches, se sienten satisfechos porque algunas casas del campo tienen ahora acceso para minusválidos. Algo es algo.
Porque los servicios públicos de los campos son pésimos: si vas a Sabra y Chatila, que es un campo ubicado dentro de Beirut, ves toneladas de basura en las calles, cables para piratear la electricidad...
Están a merced de ellos mismos y de las generosas organizaciones humanitarias de los países que permiten con su inacción política que esta situación se perpetúe.

En los campos no se aplica la ley libanesa: lo que pase dentro no le importa a nadie, el ejército libanés se limita a rodearlos y a controlar las entradas y salidas de estos campos de apestados.
De momento no se les puede echar al mar, así que se trata de que no creen problemas fuera.
Y dentro...que se maten si quieren.
Y eso es exactamente lo que ocurre a veces: en los campos existen grupúsculos y facciones de palestinos armados que luchan entre sí al más puro estilo mafioso por el control político y económico interno.
Esta situación intolerable permite también que algunos se llenen de "elementos peligrosos": los perseguidos por la ley, los más pobres de los pobres, los islamistas más fanáticos, encuentran refugio en estas "islas" donde se aplica una ley interna.
La pobreza y la falta de perspectivas de futuro convierten además a algunos jóvenes en presas fáciles de grupos radicales o ultrarreligiosos.
Así que no es raro que hay violencia y muerte en los campos, luchas entre facciones rivales, venganzas, actos criminales.
Y en la puerta de los campos el ejército libanés mira hacia otro lado y el resto del país vive como si no existieran; si no ves un problema hasta se te olvida que hay un problema.
Los más conflictivos son Ain el Helue (un campo miserable y superpoblado, literalmente encerrado por muros, a la entrada de Saida, en el sur) y Nahr al-Bared.
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