02 enero 2010

“Hágase la luz…y la luz no se hizo”.

Son las 5 de la tarde, ya es de noche, escribo a la luz de las velas, no es por esnobismo retro postmodernista romanticista; ni siquiera es por las tormentas y las lluvias torrenciales que están cayendo, como cada año, y que traen con ellas ríos en las calles, atascos más terribles que los habituales y, sobre todo, la constatación de la ineptitud y desidia de un estado en el que la lluvia corta la luz, el internet, el satélite de televisión, y hace que los teléfonos móviles y las cabinas públicas funcionen aún peor que de costumbre.

Pero no, no se trata de eso. Si no hay electricidad se debe simplemente al corte programado diario de 3 horas.
Cada día 3 horas sin luz, alternándose en diferentes zonas de la ciudad, entre las 6 de la mañana y las 6 de la tarde.
Hoy toca de 3 a 6 de la tarde en mi barrio.
Desde el balcón veo las ventanas vecinas con las lucecitas de las velas dentro.
El barrio es humilde y por eso la mayoría de las casas no tienen generadores privados para las horas de corte.
Yo no soy pobre y pago la electricidad, pero 3 horas al día no la tengo.
A todo se acostumbra uno, basta con prever la hora del corte diario para no estar en casa si es posible. O para recargar el móvil la noche anterior.
Y mi barrio está no muy lejos del centro; menos suerte tienen en otros barrios más alejados, más pobres o más morosos; o en otros pueblos y ciudades del país.

Tengo un amigo que tiene el privilegio de vivir cerca de la hija de un ex-ministro, obsérvese qué gran mérito el del amigo y el de la hija y el del ex-ministro.
Esto significa que mi amigo no tiene cortes de electricidad, porque a quién se le ocurre que la hija de un ex-ministro pueda quedarse a oscuras…

Cuando llegué a este país la falta de electricidad se achacaba a los ataques de Israel, que dañaban las centrales eléctricas.
Cuando Israel decidió visitar menos el Líbano y quedarse en su casa, suponiendo que donde vive sea su casa, hubo que cambiar el motivo justificador de que los cortes continuaran: se descubrió entonces que el 90% de los libaneses, especialmente fuera de la capital, no pagaba la electricidad, simplemente la pirateaba enganchando un cable, al más puro estilo postguerra.
Pero la guerra civil hace mucho que terminó y seguro que ahora muchísima más gente paga la luz. Lo sé a causa del método expeditivo y radical que utiliza la compañía de electricidad: si no te enteras cuando viene la factura, aparece un energúmeno que te la corta sin ningún pudor hasta que pagas y consigues que te la vuelvan a conectar.

Las centrales funcionan con fuel.
Recuerdo incluso una vez en la que la falta de electricidad se justificó por el hecho poquito creíble de que una tempestad no permitía acercarse a la costa al barco cargado de fuel.
En fin.
¿Cómo se argumenta ahora que nada haya cambiado ni tenga aspecto de cambiar?
¿Se relaciona con el anquilosamiento, la bancarrota del estado, el despilfarro, la corrupción?
No. Es simplemente una costumbre, casi una tradición, no tener electricidad algunas horas al día.
Y a las costumbres uno está acostumbrado.
Incluso es ecológico y estaría bien que se adoptara en Europa –bajando los precios, claro- como medida de ahorro energético y contra la contaminación.
Sobre todo ahora que una vez más comprobamos que San Obama es, desgraciadamente, mucho ruido y pocas nueces.

En un país como Líbano, con tanto lujo privado y tan pésimos servicios públicos, las diferencias sociales son tan marcadas que a veces parecen un insulto. Y a eso no se acostumbra uno.

En el edificio de la compañía estatal de electricidad, “Eléctricité du Liban” al gran cartel se le han fundido algunas letras y al pasar leemos “Elctrité d Libn”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No sé si conoces el artículo "Cobrador de la luz, oficio de riesgo en Líbano" que salió hace ya mucho tiempo en un periódico español. Es "interesante", pero yo me quedo, sin duda, con el tuyo, que está escrito a la luz de las velas.