15 marzo 2007

Las Partes: 3. La técnica - 7º ejemplo.

7. LA AUTOBIOGRAFÍA TIERNA-MELANCÓLICA-JUGUETONA A LO ALFREDO BRYCE ECHENIQUE. Son 800 páginas y 116 tramos vitales, así que nos conformaremos con el capítulo 2:

"Siempre he vivido buscando un lugar donde empezar una nueva vida, pero en el fondo todos los lugares se parecen, no bien llego yo". (Alfredo Bryce Echenique)

CAPÍTULO II:

Eso de escribir una novela se me metió en mi cabeza de alauita (alta, grande, larga y despejada) cuando tenía unos doce años, aproximadamente, y escribí en el colegio un soneto voluntariamente (Y nótese la musicalidad de la frase: "...aproximadamente.....voluntariamente". Y alábese. Y ensálcese).
El poema era de amor, estaba lleno de ripios y me salió, -yo entonces no era un teórico-, alejandrino. Me pareció un error poético fatal hasta que, años después, decidí considerarlo un soneto modernista y hasta puede que lo conserve por ahí y que un día aparezca al ordenar mis papeles como tengo por costumbre hacer cada 6 ó 7 años.

Poco después de mi iniciación mística con la poesía olvidé lo de ser astronauta porque no era ni original ni nada y mis aspiraciones se orientaron a ser el primer tipo irresistible que ganara a la vez el premio Nobel de literatura y el Oscar al mejor actor secundario (secundario pero ya mítico en vida).

Por aquel entonces me hice seguidor incondicional del Hércules de Alicante, a la sazón en primera división (Obsérvese la rima "sazón/división", y admírese).
Lo hice porque eso sí que era original, hasta en Alicante, y por la fuerza, sonoridad y esdrujulez del nombre.
Y, como el primer amor nunca se olvida, durante años y hasta ahora ha estado en mi corazón.
Y en las quinielas, y lo digo con orgullo, acertaba 6 en lugar de 7 por ponerle siempre como ganador. ¡Qué me importa, si lo que vale no es el dinero sino el amor, y además tampoco los de 7 aciertos cobran!

A lo que iba. Para ganar el Oscar empecé a hacer teatro, que es la escuela del actor, en el instituto, en la universidad...
Y ahora mi carrera está estancada, pero todo llegará.
Y puede que en el capítulo ochenta y tantos me extienda en el tema teatral y en cómo no me sirvió para ligar pero sí para firmar un autógrafo y recibir algunas alabanzas sinceras de amigos sorprendidos porque un servidor fuera capaz de decir frases sin que pareciera que las estaba leyendo y sin que el final de las interrogaciones subiera al menos un metro al entonar.

Y si he dicho "en el capítulo ochenta y tantos" es porque esta novela, para una vez que me pongo, será larguísima, eterna; estaré un año o diez meses escribiéndola y así comprobaré quién es realmente mi amigo, el que me quiere tanto que no se salta del capítulo 3 al 115. Con un breve interrogatorio, como quien no quiere la cosa, averiguaré si han soportado estoicamente los avatares de mi vida:
- Oye, ¿qué te parece lo de mi afición por la caza?¿Y la historia de amor y sexo con mi profesora de Dibujo Técnico II?
- Pues, muy bien. Me ha gustado. Qué pasada, macho.
- ¿Ah, sí?, pues nunca he tenido afición a la caza y jamas hice dibujo técnico. ¡Vete de mi vista y vaga por los mundos y avergüénzate de tu iniquidad!

Y es que, aunque siempre quise escribir la novela, durante años y años creé sólo poemas sin rima, de sentimiento intenso (cuando estaba triste y mi psique sufría) y cuentitos, relatitos y desahoguitos en verano, que me inspiraba más.
Pero, eso sí, juro que en mis obras nunca aparecieron ninfas, ni dioses hindúes; a veces casi ni adjetivos, ni verbos, y todo porque siempre he huido de tales pedanterías.
Venga de sustantivos y conjunciones; y algún pronombre, sin abusar.

Pero, claro, siempre supe que acabaría escribiendo una novela, lento pero seguro, tauro.
Ya no me importa el Nobel: quedó sin valor para mí desde que se lo entregaron a ese tipo, europeo por más señas, que nunca había oído hablar de Cervantes. Y no es que sea obligatorio haber oído hablar de Cervantes, es sólo que me dolió en mi orgullo patrio porque hacía años que yo creía en el "españolismo" viendo la decadencia en que se encontraba, y, cuanto más moribundo está, más creo en él, por reacción, claro.
Y ahora doy clases de español a extranjeros y difundo así por el mundo mi lengua materna y paterna y fraterna.
Por lo tanto no fue la inevitable gloria lo que me impulso a decidirme a escribir ya de una puñetera vez, sino mi lamentable estado de ánimo (y esto no es nada, ya veréis en el capítulo 12 ó 14: qué depresión), y además una escena que viví en una estación de autobuses:

Así es el amor.
Y aquel día yo esperaba un autobús por amor.
Más de 40 pegajosos grados. Y yo llevaba 3 días sin ducharme, en autobuses, aviones, aeropuertos, carreteras y estaciones.
Y todo, ay el amor, para convencerla de que lo único que yo deseaba era quererla, pelearme poco con ella, porque yo no tenía tan mala leche como ella; y no volver a ser vulnerable ante ella; y decirle que ya no me imaginaba la vida sin ella y que el mundo era ella y que todo me recordaba a ella, las calles, las casas, la música, yo; y que haría lo que fuera por ella y que lo mío era para ella, ¡qué bella!
Y que nada en el mundo me gustaba más que hacer el amor bajo ella, y sobre ella, apretado contra ella, entre la pared y ella, tras ella.
Claro que también me gustaba hacerlo sin ella y ése era el problema, según ella.
Podría agotar la lista de preposiciones, porque me la sé, pero me parece que tanto "ella", si bien marca un ritmo intenso en mi prosa, ya empieza a irritar profundamente.

Los detalles sobre este amor antiquísimo tendrán que esperar al "flash-back" de los capítulos 95-96. Sólo adelanto ahora que al final llegué al culo del mundo y ella, la soberbia, la malvada, la insensible, abrió la puerta y se me quedó mirando sin dejarme entrar.
Me quité el sudor de la frente con la manga y, con cara de dolor y tono lastimero, le dije:
"Hola"
No respondió.
Volví a la carga: "He recorrido mileses y mileses de kilómetros para verte. ¿Me perdonas?"
Y ella respondió: "No".
¿Os dais cuenta? ¡Respondió que no la maldita, la estirada, la petarda!
Podía haberme hincado de rodillas y abrazarme a sus pantorrillas ("rodillas/pantorrillas", disfrútese el efecto sonoro). Pero, como soy un orgulloso, me di media vuelta y deshice los mileses de kilómetros sin mirar atrás.

Pero volvamos ahora a aquella estación de autobuses y a cómo exclamé por trigésima vez: "¡Coño, voy a escribir una novela!"....
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Etcétera.
Así que técnica tienes, porque sabes escribir y hablar y leer y para todo eso se necesita técnica.
Sí, sí, ya sé, piensas que aún te falta algo: la constancia.
Y algo más: el lector.
Nada, nada, hombre-mujer, que te ahogas en un vaso de agua.
Vas a ver que también tienes eso aunque no lo sepas.

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