Esa tarde de domingo tenía, como tienen todas, un olor acre de algo que está muriendo.
Había camareros, un sol amarillo, flores amarillas,
sirvientas y niños y niños con sirvienta -sirvientas amarillas-.
Había también un mar callado, como de domingo.
Y un avión que llegaba a veces.
Había alguien que te esperaba, triste por esa tarde de domingo. Y por ti.
Pero que aún así te esperaba.
Había un faro encendido y muchos corazones apagados.
Y un vientecillo, agresivo en su pequeñez,
como un perro de tres kilos.
Y tú tenías ganas de que ese domingo por la tarde se muriera
de una vez,
llevándose con él al viento, al mar entero,
a la ausencia de perro
y a la melancolía.
Que fuese mañana por la mañana
y sentir el esfuerzo de empezar algo
mejor
que la nada
de esa tarde
de domingo.
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