07 abril 2011

París, 1910.

Monsieur Villeneuve iba de paseo.
Cuando se cruzaba con alguien conocido levantaba un poquito el bombín y sonreía brevemente.
Pero mientras andaba soñaba juegos imposibles: de un salto recorría 100 metros, casi flotando, alargando el impulso, hasta posarse suavemente allí lejos donde el camino se bifurcaba. Con un aparato secreto, invisible, oía las conversaciones de los transeuntes. Y sus pensamientos.
Si se ponía unos anteojos especiales veía hacia atrás y los automóviles no lograban atacarle por sorpresa con sus bocinas.
Un día incluso se imaginó con un artefacto del tamaño de una cajita de rape que no tenía cables pero llamaba a los teléfonos, y podía hacer retratos instantáneos, escribir telegramas, saber si estaba lloviendo en Oceanía. Hasta le inventó un nombre sonoro al utensilio mágico: "Mo" de Moderno, "Vil" de Villeneuve, Móvil.
Y su sonrisa se hizo más larga al saludar a aquella dama.
Era feliz ideando locuras.
Nada es más importante que el juego de un niño.

(Finalista del concurso de microcuentos de ciencia ficción -menos de 160 palabras- de Artgerust).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusta mucho como escribes y tus microcuentos son fabulosos. Te merecias haber ganado el premio.
Katia