19 agosto 2006

Domingo en la Corniche de Beirut.

Mi trozo favorito del paseo marítimo es el que va del nuevo faro (ahora destruido al parecer por un misil israelí) hasta la plazuela donde conviven una pequeña mezquita, la estatua minimalista de Nasser, el McDonald's y algunos hoteles. Un poco más allá, el lugar donde mataron a Hariri y a otras 20 personas un 14 de febrero, día de los enamorados.

Comenzamos el paseo en el café Manara, junto al faro, tomando, a un metro del mar, un café turco.
Y después andamos. Y allí está todo: todos los Beirut juntos y hasta revueltos. Todo un mundo variopinto que se mezcla en un kilómetro de largo y 5 metros de ancho.

Vendedores. Vendedores de mazorcas de maíz, de rosarios, de pescado en el suelo, de habas, de altramuces, de café, de chicles y tabaco, de helados, de agua, de cometas, de arguiles.

En esta parte de la Corniche el mar no pertenece a nadie, se puede bajar y tocarlo.
Adolescentes que se tiran al agua desde la altura de la acera (la acera es un bien escaso en Beirut, y ésta es la gran acera de la ciudad, donde se viene a nadar, correr, sentarse, mirar el mar, comer y beber, pescar, bailar, hablar, pasear del brazo, incluso dormir la siesta y un millón de cosas más).

Filas de pescadores domingueros que atrapan pescaditos ridículos y filas de mirones a su alrededor.
Allí abajo se juega al fútbol y al tenis sin red. Unos toman el sol, otros pescan bajo el agua, otros se bañan. Las mujeres con gabardina y pañuelo entran al agua vestidas (siempre pienso en lo que debe de picar después la ropa mojada y llena de sal). A su lado un hombre en slip y ese color renegrido del que pasa mucho tiempo al sol.
Aquí arriba, en la acera, en el paseo, se viaja de muchas maneras: en bicicleta, en patines, en moto y sobre todo a pie.
Me paro a mirar unos viejillos jugando a la tawla (el backgammon).

Y la música: un hombre toca el laud y canta, más allá un grupo de chicos bailan dabké; y después hay raperos con un gran radio-casette. Y de los coches aparcados y con las puertas abiertas salen a todo volumen las canciones libanesas de moda.
Y está también la música del mar.

Una chica preciosa y con auriculares adelanta corriendo a una familia de abuela empañolada, jóvenes padres y toda una retahila de críos.
Dos amigas del brazo, una con pañuelo y otra sin él, se pasean lentamente notando, con una mezcla de timidez y coquetería, las miradas de los chicos apoyados en la barandilla.
Y montones de niños.
Y una excursión de iraníes mirando al agua, una pareja de franceses, un japonés perdido... Y yo, sentado en la barandilla, de espaldas al mar, viendo lo que pasa y dejándome mirar, como todo el mundo.

Y entre tanta gente y tan poco espacio, cada uno encuentra su lugar; y entre las miradas uno siente su intimidad.

Es el atardecer.
El sol se ha convertido en una bola roja que entra al mar y desaparece.
Sobre el faro pasan muy bajo los aviones que llegan a Beirut.
A un lado están los coches, que circulan lentos a la puesta del sol.
Al otro, enfrente y ocupando todo, el mar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo también paseaba por la corniche
yo también disfrutaba, sonaba, veía caminaba me solazaba pero siempre con la mirada al horizonte por aquello de que si en algun momento mi vista alcanzaba la costa levantina porque la gallega ya me era imposible imaginarla.
Pero un buen día la brutal y salvaje agresión de unos con un poco de torpeza de otros nos hicieron abandonar ete paseo bullicioso, animado, lleno de esperanzas, ilusiones, fantasías....
Ahora estamos a la espera de volver, pero estoy segura, querido companero de que si nos encontramos volveremos a caminar y sonar como en otros momentos, tenemos que resistir como lo hacen los propios libaneses, resistir, resisitir para volver a reir.
con carino